miércoles, 13 de agosto de 2008

13 de Agosto 1968


Desde el inicio del conflicto los acontecimientos se van enlazando de una manera vertiginosa y aparentemente espontánea. Las reacciones de los estudiantes son, con escasa diferencia en tiempo, de una gran improvisación inmediata a la represión de los últimos días de julio. Incluso la marcha del primero de agosto respaldada por el rector de la UNAM en defensa de la Autonomía surge, utilizando una expresión coloquial, “en caliente”. Pero en la marcha del 5 de Agosto hay un cambio cualitativo. Los comités de huelga o los comités de lucha, tanto en la Universidad como en el Politécnico, dejan de lado la improvisación y se integra una alianza que cambiará la perspectiva de violencia por una lucha democrática. Se concretiza entonces una demanda respaldada por la mayoría (el pliego petitorio de los seis puntos) y se crea una representación como interlocutora de los estudiantes (CNH) frente a su adversario natural; el gobierno.

La marcha del 13 de Agosto tiene todo menos improvisación. Es uno de los momentos más simbólicos y memorables para el Movimiento. Los comités de huelga, que hoy no tienen más que ese membrete porque carecen de identificación, es decir, al paso del tiempo han ido perdiendo los nombres reales de sus líderes; fueron ellos junto con ellas, los verdaderos artífices en generar el impresionante y alentador apoyo masivo. Masas con anónimos brigadistas, simpatizantes, activistas, manifestantes, todos dignamente presentes en el imaginario colectivo capturados para la memoria en instantáneas de fotografías. Imágenes siempre llenas de rostros alegres y dispuestos a continuar con algo muy cercano a la fiesta; eran los días del buen desmadre. Lo cual es y será consustancial a cualquier joven del mundo no importando nunca la época. Jóvenes, por cierto, inmersos la gran mayoría de ellos en aquello de la famosa clase media, cuando menos la de México en los años sesenta.

Aunque siempre habrá quien desacredite aquella apasionada energía. Argumentos ideológicos, políticos, sociales y culturales para ignorar esos días son parte de la polémica. Pero cuarenta años después minimizar esos días con interpretaciones simplistas y parientes de la discriminación son, por decir algo, sorprendentes. Producto de un autoritarismo férreo y obsesionado en señalar a una parte de los protagonistas como “revoltosos” es ya lugar común, pero querer “explicar” el 68 mexicano, escribe un editorialista de El Siglo de Torreón, como “un fenómeno puramente chilango…” y “…uno de los mejores ejemplos de cómo la chilangada piensa que todo lo que sucede en su pavimentada geografía es cataclísmico acontecimiento nacional”*, por demás es un clara muestra de cómo las interpretaciones sin sentido reflejan, en el fondo; a) una burla para las víctimas y b); ligar todo lo sucedido exclusivamente a la tragedia de Tlatelolco.

La marcha del 13 de Agosto es un ejemplo de organización –para aprender de errores y aciertos-. No comprenderla, como momento histórico, es creer que el pasado no tiene ninguna trascendencia en nuestro presente. Es creer, por ejemplo, que el “error de diciembre” en 1994 sólo fue una devaluación del peso mexicano, que como tal ya pasó y habrá de dejársele en el olvido; lastimosamente sus consecuencias las seguimos pagando todos. El mismo editorialista que cito en el párrafo anterior escribe: “La presidenta socialista de Chile (y esto ocurre en todo el mundo) cada semana saca las tanquetas de agua a presión a las calles para meter al orden a revoltosos callejeros…especialmente estudiantes.”

Precisamente porque Michelle Bachelet conoce de Historia, por lo mismo saca “tanquetas de agua a presión”. Repito; de agua a presión. Precisamente porque el 13 de Agosto de 1968 nada tiene que ver con represión, con tanquetas, con muertos, con “revoltosos callejeros”, es una fecha, en contraste para bien, quizá uno de los máximos puntos de coherencia para el Movimiento. Los revoltosos se convirtieron en un dolor de cabeza serio para el gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz; de no haber sido así otra historia sería. Miles, los que cada posición ideológica quiera reconocer, salieron ese día con la convicción para gritarle de frente a un poder hegemónico que el estado de las cosas no marchaba bien. Justamente en este 2008 esperamos muchos el próximo 30 de agosto para salir a las calles y protestar porque, otra vez, las cosas actualmente no marchan nada bien: están de la fregada, entre muchas más, en materia de seguridad. No faltará quien se apresure a decir que las marchas nunca sirven para nada. Sí sirven, cuando las causas están fundamentadas en un genuino reclamo popular.

Ni futuro ni pasado se pueden vivir, pero sí se puede conocer el pasado para intentar tener menos incertidumbre del futuro. Quizá el menosprecio a la importancia histórica de ese año 68 esté relacionada con la descalificación para varios líderes que años después traicionaron el sentido del Movimiento. Deborah Cohen y Lessie Jo Frazier exploran nuevas respuestas en ese sentido: “El movimiento se convirtió sinónimo de una vanguardia que privilegiaba la estrategia política y el saber de un círculo interior por encima de las acciones de miles de individuos. Las labores de brigadas sumamente independientes se perdieron, con lo que esta versión del 68 se volvió muy similar a otros movimientos de la época. Dicho con otra palabras, la experiencia de un puñado de vociferantes líderes varones se convirtió en la experiencia del movimiento, lo cual chocaba directamente con los objetivos generales de apertura e inclusividad.”** Tal vez por aquí se encuentre la respuesta al rechazo de algunos críticos no a esos días, sino a varios ex-líderes beneficiados en y por la burocracia política mexicana.

Sin embargo, lo anterior no es motivo suficiente para olvidar lo positivo. Porque en la vida de algunos seres humanos, mexicanos qué caray, capitalinos -¿qué importa eso?-, hubo emoción un 13 de agosto para encontrarle un significado distinto a la palabra “Zócalo”; emparentándola con un triunfo en contra del sistema imperante. ¿Por qué ver eso con simpleza? En ese caso, hoy podemos despreciarnos a nosotros mismos y pensar en nuestro presente con una sociedad civil incapaz de crear estrategias para contener y rechazar al narcotráfico. "Ilusos", se nos podrá reprochar: yo no lo pienso así. Porque entonces; ¿para qué sirve la experiencia de otros?; ¿se debe partir de cero o podemos utilizar favorablemente el camino trazado?; ¿el inmediatismo del ahora no requiere, no necesita de lo pasado?



*Cohen/Frazier, México 68: Hacia una definición del espacio, pág 603.
**Francisco José Amparán: Editorial El Siglo de Torreón “El ’68 revisitado” (domingo 20 julio 2008).
Foto 1: UNAM, Fondo Manuel Gutiérrez Paredes (pubicada por La Jornada).
Foto 2: El Universal.

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