jueves, 28 de agosto de 2008

27 de Agosto 1968



La marcha del 13 de agosto fue un éxito para el movimiento estudiantil tanto en cantidad como en repercusión hacia fuera. En contraste, la convocatoria para el 27 de agosto, no obstante que superó ampliamente la participación en número de manifestantes del día 13, no fue aprovechada en toda su dimensión para impactar socialmente, ello debido a un error ya previsible dos días antes.

Desde el 22 de agosto la secretaría de gobernación a través de su titular (Luís Echeverría Álvarez) difundió un comunicado a nombre del Gobierno Federal que expresaba disposición a recibir a maestros y estudiantes para encontrar solución al conflicto de las últimas semanas en la capital del país. Ahí también se invitaba a un diálogo para esclarecer los orígenes del problema. Daba un énfasis en el sentido de que el gobierno había demostrado respeto para la manifestación pública y pacífica como un derecho constitucional. Aunque no dejaba de deslizar como una condición para el diálogo el propósito de terminar con la huelga y retornar a clases.*

El mismo 22 de agosto el CNH se da por enterado y pide al gobierno fijar lugar, fecha y hora para las pláticas, “con la única condición de que sean públicas”.* Para el 23 de agosto la asamblea es notificada de que el Oficial Mayor de la Secretaría de Gobernación aceptaba el diálogo público. Un día después el CNH, por medio de desplegado en prensa, ratifica su disposición al diálogo.* En apariencia todo bien.

El Museo de Antropología e Historia ubicado en el bosque de Chapultepec fue el punto de partida para la marcha, el Zócalo su objetivo. La columna de manifestantes fue tan grande que si alguien la observaba en un punto fijo, según algunas versiones periodísticas, era necesario utilizar más de tres horas para ver el principio y el final de la misma. En todo el Siglo XX mexicano nunca hubo mayor expresión popular que ese 27 de Agosto. Desafortunadamente otra fecha (2 de octubre) ha logrado sepultar aquella marcha impresionante, en donde miles de mexicanos salieron con la convicción en sus ideales y con el sueño de lograr una democracia real en oposición a la historia impuesta con cuarenta años de pri-gobierno y su autoritario presidencialismo. El Movimiento Estudiantil en la cúspide de la buena borrachera, la fiesta en su máxima expresión (eso que Luis González de Alba acertadamente ha intentado explicar para el 68). Eso fue el 27 de aquel agosto. Retar con las mentadas de madre, las groserías, las pancartas ingeniosas. Retar con los pocos años de vida (16, 17, 18), retar exponiendo la juventud, retar a un presidencialismo poderoso y con la piel muy sensible; todo ello era digno de verlo y admirarlo. Pero todo tiene un límite, diría Gustavo Díaz Ordaz.

Y esos límites peligrosos también estaban presentes en algunos líderes del Consejo. En las asambleas al interior del CNH tanto 25 y 26 de agosto se manifiestan propuestas claramente provocadoras con la intención de evitar el diálogo y relanzar la vía del enfrentamiento. Un personaje con esa carga histórica identificado por varios miembros del Consejo como uno de los directos responsables en bloquear la posibilidad de un diálogo con el gobierno está identificado en Sócrates Amado Campos Lemus (representante de la escuela de Economía del IPN), quien actualmente, además, ha sido señalado en varias notas periodísticas con supuestos nexos con narcotraficantes. De esos liderazgos se impulsó un tipo de (des)acuerdos con el enorme riesgo de retar directamente al poder presidencial. El 26 de agosto “...Anunciaron en el Consejo Nacional de Huelga que, concluido el mitin del Zócalo, es en este lugar (donde) se montarán guardias permanentes de varios estudiantes y maestros…hasta que se resuelva el conflicto.”** Es decir, al concluir la marcha del 27 un plantón en pleno Zócalo, acto que hoy por demás resultaría intrascendente. No en 1968. Hubo, sin embargo, líderes que siempre estuvieron en contra de ello. Por cierto, en esa actitud retadora poco hay que atribuir en el peso de la responsabilidad al segmento más combativo de jóvenes entusiastas con esa propuesta, la factura del error corresponde a líderes siempre concientes ellos de lo provocador del acto. Pero la intención era clara; debilitar al máximo la legitimidad alcanzada por el movimiento que pedía un diálogo público con condiciones favorables de un gran respaldo popular. Respaldo bien ganado y que le otorgaba una gran fuerza para contrastarla con el poder oficial. Todo ello en marcada oposición a un pretendido diálogo, forzado éste, a una forma tan ridícula como un plantón en el Zócalo hasta el primero de septiembre, día del informe presidencial; el día de la presidencia imperial, el día del sometimiento de todos ante un solo hombre. Llevar a los estudiantes contra esa pared fue un objetivo imposible de esconder por los infaltables extremistas que siempre hay en cualquier expresión social. ¿Quién, objetivamente, pensó posible aquello? ¿El presidente en su día dialogando con estudiantes?

Pero, claro, también está la parte de responsabilidad en los opositores a esa barbaridad. A ellos no les faltó anticipar las consecuencias negativas. Lo que faltó a esos líderes fue arrojo, voluntad, brío, para impedir en el mitin del Zócalo que Sócrates Campos Lemus manipulara a los asistentes al mitin del 27 (que no asamblea) incitándolos a permanecer en la plaza hasta el primero de septiembre. Habrá que recordar que Sócrates no estaba programado como orador en el mitin, por lo tanto: la astucia de uno le ganó a la de los otros. En suma, el pretexto para la represión estaba consumado. Era cuestión de horas para dejar en el camino un enorme capital político ganado por el movimiento. El clímax del 27 de agosto fue su manifestación, su anticlímax los efímeros campamentos instalados en el Zócalo durante las últimas horas del 27 y la madrugada del 28.

*Ramón Ramírez, El movimiento estudiantil de México, Tomo I, págs 241, 242, 245.
**idem, pág 248.

Foto: Life, publicada en La Jornada.



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