jueves, 2 de octubre de 2008

2 de octubre 1968



"Se equivocan quienes se despiden ya del 68. Más allá de ser un aniversario más a conmemorar en el calendario cívico emergente, los 40 años del 68 son campo de batalla en contra del autoritarismo y momento de celebrar su victoria cultural. Son una ventana para asomarse a ver la historia que está naciendo. Lejos de ser una mera ceremonia luctuosa o el recordatorio de una derrota, esta conmemoración es parte de un ensayo general para construir otro país. Es el futuro refrescando la memoria"; Luís Hernández Navarro (La Jornada 2/octubre/2008).

La violencia estructural, aquella de la corrupción, impunidad, descomposición de instituciones, pobreza, desigualdad, sigue estando vigente en México. Y la violencia directa: represión, encarcelamiento, terrorismo, crimen, brota insistentemente en todo el país como una enfermedad crónica difícil de erradicar. Es persistente tener en el recuento de la historia mexicana la ineptitud de sus actores políticos para encontrar soluciones pacíficas a las diferencias con sus adversarios. En varias ocasiones termina el antagonista confundido convenientemente como el enemigo.

Está bien proclamar, casi como moda, que la violencia en la Plaza de las Tres Culturas en 1968 no debe marcar los destinos de México como Nación. Que la vuelta de página debe cicatrizar la herida. Que ya lo pasado pasado. Todo eso suena bien si la justicia se hubiera concretado desde hace mucho tiempo contra todos los responsables, y la monstruosa impunidad profesada el 2 de Octubre fuera cosa justamente del pasado. Pero no ha sido así.

El fotógrafo retirado, Jesús Fonseca Flores (El Universal), quien estuvo presente en Tlatelolco el 2 de octubre declaró en una entrevista: “se soltó una balacera pero bruta, bruta”. Esa brutalidad descrita por uno de los testigos presenciales se convirtió en un ruido tan fuerte que por momentos se hizo perceptible en un radio de tres kilómetros alrededor de la Plaza. Tanto terror fue consecuencia de una descoordinación entre todas las corporaciones que intervinieron, y todas, con una capacidad de fuego indiscriminada. El uso de la fuerza, además de exagerada e injustificada, fue totalmente ilegal. No sólo hubo ilegalidad en las instituciones claramente identificadas con su uniforme, sino lo peor y de graves consecuencias, también la hubo en todos aquellos que utilizaron la confusión, el engaño y formas manifiestamente delictuosas al vestirse de civiles y provocar con ello actos francamente terroristas. El mismo ejército uniformado fue víctima de ese proceder.

Pero también está la perversidad orquestada desde la típica simulación de políticos traidores y doble juego. El 30 de septiembre el gobierno federal envió una señal para el diálogo cuando desocupó la Universidad y el mismo 2 de octubre por la mañana tres líderes del Consejo Nacional de Huelga; Luís González de Alba, Gilberto Guevara Niebla y Anselmo Muñoz, se reúnen con Andrés Caso Lombardo y Jorge de la Vega Domínguez, los dos representantes del gobierno federal, quienes todos juntos en casa del ingeniero Javier Barros Sierra, rector de la UNAM, tienen un acercamiento para encontrar solución al pliego petitorio de los seis puntos. Este hecho sin duda fue tardío pero encima, principalmente, funcionó como una distracción para algunos líderes del CNH y hacerles sentir confianza, incluso quedaron de reunirse en Chapultepec en la Casa del Lago para el día siguiente 3 de octubre. Es decir, tres importantes líderes acudieron a Tlatelolco por la tarde pensando ellos mismos y haciendo sentir al resto de sus compañeros en la posibilidad de llegar a entendimientos con el gobierno.



En entrevista publicada por El Financiero, el autor del libro 1968: todos los culpables, Jacinto Rodríguez Murguía, pone en el debate una hipótesis fabricada con base en las eternas e interminables traiciones de los altos círculos de poder: “Si Echeverría mandó filmar la masacre del 2 de octubre fue porque sabía que el guión y el escenario estaban listos y sólo le faltaban los actores: estudiantes, Batallón Olimpia, ejército regular y francotiradores…En esa lógica, Luís Echeverría engañó a Díaz Ordaz; Díaz Ordaz engañó a su secretario de la Defensa Nacional, Marcelino García Barragán, y se alió con su jefe del Estado Mayor Presidencial, Luís Gutiérrez Oropeza; Gutiérrez Oropeza y Mario Ballesteros Prieto, de la Sedena, engañaron a Marcelino García Barragán y éste, a su vez, terminó odiando a Echeverría, a quien acusa de haberlo traicionado. Toda una historia llena de traiciones en los momentos más críticos del país.”**

Es tiempo para que también los militares acepten sus errores con honestidad y honorabilidad. Lo primero sería aceptar la manipulación de la que fueron objeto por parte de autoridades civiles durante todo el conflicto y su presencia, abusiva en extremo, contra manifestantes absolutamente pacíficos en Tlatelolco el 2 de octubre. Que, a pesar de las cuatro décadas ocultándolo oficialmente, los militares reconozcan sus bajas (heridos y muertos) de forma real y no la cifra mentirosa que han querido imponer a la historia. Es muy posible que, producto de las traiciones al interior del poder y la necesidad de esconder éstas para no demeritarse y humillarse ante la historia y la opinión pública, el número de víctimas mortales no reconocidas deberá incluir más militares de los aceptados. Parte de la tropa que recibió órdenes para presentarse en la Plaza de la Tres Culturas quedó peligrosamente expuesta cuando la balacera dio inicio y rápidamente se generalizó ésta sin ningún tipo de control. Aunque hay quien no admite este punto, cada vez más es evidente que hubo una traición contra el ejército aquella tarde noche de octubre. Con los escasos documentos fílmicos que por el momento es posible analizar, es notorio observar que una gran cantidad de soldados (varios centenares) quedaron a descubierto, tanto en la plancha de la plaza como en las ruinas prehispánicas, cuando desde diferentes edificios grupos de francotiradores dispararon a discreción. Hasta el momento no ha sido posible determinar con certeza el número de bajas civiles y militares, pero es poco creíble la cifra reconocida de sólo dos soldados muertos. Como parte de la reconciliación con el país es necesario hacer a un lado la tradición en donde el aporte documental y por escrito, en México, es casi visto como un dogma, esto es; sólo lo anotado en un papel puede considerase prueba contundente. Otro mito importante de borrar en el accionar del ejército y en descarga de la institución es aquella versión empeñada en asegurar que no había escapatoria de la plaza. Sí existía salida para los manifestantes; todo el corredor trasero del edificio Chihuahua, rumbo a Paseo de la Reforma, no tenía la presencia de policía o soldados. Hay diferentes testimonios publicados al paso del tiempo en ese sentido, lo cual es congruente con el objetivo militar dispuesto para empujar a los manifestantes hacia esa salida. Los soldados desplegados en la vanguardia del operativo desconocían la intensidad de fuego que desatarían los francotiradores. Por parte del ejército regular la orden era disolver un mitin, sí; masacrarlo no.



Y algo todavía más; Gustavo Díaz Ordaz, desde luego es el principal responsable y culpable de los hechos del 2 de Octubre (él mismo lo reconoció en su quinto informe de gobierno, aunque hábilmente pretendió evadir la culpabilidad), pero a diez días del inicio de los Juegos Olímpicos, con la mirada del mundo puesta en México, no tiene lógica la idea tétrica de escudriñar en la mente de aquel hombre ordenando una masacre. Por supuesto que fue partícipe de todas las decisiones tomadas ese día y por ley le correspondía también el mando intelectual, pero otros actores poco nombrados en la historia fueron tan o más culpables que el presidente. Todo el aparato represor estuvo presente y actuante; policía capitalina con diferentes corporaciones, Servicio Secreto, Dirección Federal de Seguridad (Secretaría de Gobernación), Estado Mayor Presidencial, militares encubiertos (Batallón Olimpia), tropa uniformada, agentes de la Procuraduría General de la República, agentes de la Procuraduría del Distrito Federal y los grupos paramilitares financiados de forma clandestina por el gobierno del Distrito Federal, siendo estos últimos quienes fueron los principales francotiradores que dispararon contra la gente y soldados, y que obedecían directamente a un militar; el regente de la ciudad general Alfonso Corona del Rosal. En conclusión; toda esa burocracia ejecutiva superó a los diferentes mandos y responsables directos en el teatro de operación. El número de elementos participantes enviados por todas esas instituciones (legales o ilegales), reconocido oficialmente, superó la cifra de cinco mil. El mitin apenas y logró juntar cuando mucho a seis mil personas. Tanto poder represivo y por ende de fuego, tuvo como consecuencia un incuestionable crimen de Estado. Además, estuvo el ingrediente nefasto de la interminable desconfianza, suspicacia, odio, rencillas, ajustes de cuenta, casi todo ello consustancial y sistemático entre las corporaciones policíacas y militares en el país En el México lleno de historias de traición a través del tiempo; Tlatelolco es el peor ejemplo.

Otro actor histórico que apenas se ha insinuado pase al banquillo de los acusados es el todo llamado medios de comunicación; quienes, con sus debidas excepciones, faltaron a su función principal: decir la verdad. Pero no el reportero, no el fotógrafo adscrito a cubrir la nota. Ellos hicieron lo posible por documentar de manera escrita y visual el grado de violencia desplegada aquella noche. La frase Prensa Vendida es propiedad de los editores y dueños de varios medios, quienes se hicieron cómplices con su manipulación y ocultamiento de lo verdaderamente acontecido. Apellidos que hoy todavía se pavonean (Azcarraga, O’ Farril, por ejemplo), con su actitud manifiestamente pro-gobierno también fueron corresponsables del nivel de violencia ejercido…En un país como México, con pobrísimos niveles de escolaridad y donde los escasos contactos con la lectura y la información se reducen a un trato superficial con los medios escritos y electrónicos, el manejo de los acontecimientos fue tendenciosamente favorable al clima de represión sin oponer una resistencia informativa que le hiciera contrapeso al poder del Estado. En aras de una supuesta objetividad, el manejo de la información tenía una intención ideológica muy cercana al interés económico y de atadura a las estructuras de control político de todos los gobiernos priistas. La formación de opinión pública resulta una falacia cuando nos referimos al estado de cosas dentro de la mayoría de los actores conocidos como prensa mexicana durante aquellos años sesenta. En relación al caso concreto de la violencia del 2 de Octubre son otro tanto cómplices, por haber legitimado con su desinformación, manipulación y ocultamiento de lo sucedido desde los previos a ese día y en mayor grado por lo lamentable de aquella trágica noche. El silencio y la mentira fue su nota. La justificación para la prensa de ese tiempo no tiene lugar dentro de un juicio social que ya le ha repudiado todas aquellas omisiones y encubrimientos. Queda dentro de sus pendientes con la sociedad mexicana un reconocimiento de su deuda moral por su manejo parcial y manipulado de lo sucedido en todo ese año, principalmente en la capital del país. Los estudiantes quedaron marcados en sus páginas y en sus notas, pretensiosamente informativas, como “revoltosos”, “pendencieros”, “agitadores del orden”, "comunistas", y en el caso extremo como “francotiradores”; es decir, la criminalización de los jóvenes vía medios de comunicación. Pretexto ideal para reprimirlos como se les reprimió. En conclusión, no eran estudiantes con una lucha democrática, eran “enemigos” del pueblo de México. De ahí la justificación para legitimar el uso de la violencia contra ellos; al “enemigo”, se dice; se le destruye, se le aniquila.

Y sí, aunque todavía hay quien es capaz de decir lo contrario: Los estudiantes y población reunida en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968 fueron víctimas inocentes. Los estudiantes y su reiteración por utilizar la Plaza de las Tres Culturas son los menos culpables. No podían adelantar la magnitud de la represión, sabían y tenían reconocido que ésta venía escalonándose pero nunca al grado que alcanzaría. Y el utilizar en varias ocasiones a Tlatelolco fue consecuencia de 1) haber pasado de la ofensiva por allá del mes de agosto, al acorralamiento provocado por la fuerte presión del gobierno cuando éste le impidió a los estudiantes reunirse físicamente en los lugares propiamente identificados para mítines y asambleas, convirtiendo a ese punto de la ciudad (Tlatelolco) en el último lugar para seguir manteniendo la lucha y 2) un apoyo real para el movimiento mostrado por una gran cantidad de habitantes del lugar. Eso es todo por lo que se les puede criticar. Lo demás son expresiones sin fundamento. Aquella minoría que efectivamente existió al interior del movimiento y con una fuerte disposición para enfrentar por métodos violentos al gobierno establecido no representaba un peligro real. En archivos desclasificados y hechos públicos, la propia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA) así se lo reportaba a su gobierno, pensar lo contrario es simplemente una verdadera tontería. Como también ponderar el número de muertos se hace una obligación. Aunque el conocimiento certero de ese número fue ocultado, las consecuencias de ello nos llevan, paradójicamente, a determinar que las cifras son indeterminables; una incógnita, y el querer aumentarlas o disminuirlas sin fundamentos también contribuye a la mentira. Tan grave es negar desde un muerto como hablar de cientos de ellos. En todo caso, la población reunida pacíficamente el 2 de octubre en Tlatelolco no merecía ni un muerto.



Hoy, no olvidar, ni cambia lo sucedido ni revive muertos; no olvidar es para tener siempre presente que alcanzar la democracia plena no es un camino cortito y que los cantos de sirena de la mano dura para alcanzar estabilidad y gobernabilidad sólo servirán para levantar ámpula a una herida sin cicatrizar…Los gobiernos civiles en México, después de la Revolución de 1910, han utilizado a los militares en diferentes tiempos y ocasiones para reprimir a la población o combatir crímenes. Hoy no es diferente; cuidado. Hoy; 2 de octubre de 2008, el presidente, necesitado con urgencia de los militares para combatir el narcotráfico, guarda un insultante silencio para el movimiento estudiantil de hace cuatro décadas. ¿Por qué?


2 comentarios:

Sofi dijo...

A casi 33 años, la violencia en el país da para una revolución, pero los jóvenes podemos hacer otras cosas más inovadoras, como acá http://on.fb.me/pdi2i23

Anónimo dijo...

Ojala y reviva DIaz Ordaz para que ponga en su lugar a todos los Pejepuercos que bien lo merecen y ahora tambien a los burros del POLY