miércoles, 21 de enero de 2009

Yo voté por Obama


No es una cuestión de fe, y por supuesto no creo en los milagros. Pero ayer fue radicalmente distinto al 20 de Enero del 2000, cuando George W. Bush tomaba el poder en medio de muchas dudas de su legitimidad electoral y luego, cuatro años después, le mandaba al mundo un mensaje para quedar sumidos en la depresión emocional. Barack Hussein Obama II no es ningún salvador y sin embargo ayer hizo el día mucho menos ignomioso. Que se sacó la “rifa del tigre”, dicen algunos; ¿y quién no estaría en la misma situación? Que ha levantado demasiadas expectativas. Que una cosa es la elección y otra gobernar. ¿Y quién dice lo contrario?

Lo confortante no es escuchar a un populista decir que el mundo será diferente cuando él tenga el poder, que espero no sea el caso de Obama, lo alentador y realista resulta de escuchar palabras como estas: “Tampoco nos planteamos si el mercado es una fuerza positiva o negativa. Su capacidad de generar riqueza y extender la libertad no tiene igual, pero esta crisis nos ha recordado que, sin un ojo atento, el mercado puede descontrolarse, y que un país no puede prosperar durante mucho tiempo cuando sólo favorece a los que ya son prósperos.” O advertencias tan claras en el sentido de que los retos son globales; “Y a esas naciones que, como la nuestra, disfrutan de una relativa riqueza, les decimos que no podemos seguir mostrando indiferencia ante el sufrimiento que existe más allá de nuestras fronteras, ni podemos consumir los recursos mundiales sin tener en cuenta las consecuencias. Porque el mundo ha cambiado, y nosotros debemos cambiar con él.”*

Positivo que en su discurso de toma de posesión se haya mencionado a los diferentes credos, pero destaca también algo de singular importancia; la inclusión de los no creyentes. Encomendarse a Dios no me parece para nada impropio, lo que si me parece absurdo es utilizar el nombre de Dios para partirle la mandarina a otros. Y decir que Dios acompañará a Estados Unidos en estos momentos de tribulación está muy bien, pero siempre y cuando la repartición de los beneficios sea justamente incluyente –en caso de que existiera tal ayuda divina-. Así, las buenas intenciones serán siempre respaldas.

El acontecimiento de la toma de posesión no podía ni debía dejar de lado el necesario show mediático del 20 de Enero en una tradición muy norteamericana y ahora con el agregado histórico del primer negro con ese privilegio. Aunque ya hay quien pretende desvirtuar el hecho con sutilezas como aquella de que Obama no es un negro, es un mulato. Bueno, es imposible evitar envidias. Por otro lado, el show de la realidad –the reality show para estar acorde con los tiempos- debe continuar. Un día después todo esa parafernalia debe acabar rápido y empezar el trabajo de reconstrucción y reconciliación, no solo de Estados Unidos, sino de todo el mundo golpeado por una crisis con dimensiones de miedo –lo quieran reconocer o no los defensores a ultranza del libre mercado-. Y los mezquinos pronto empezaran a exigir resultados casi mágicos, cuando que fueron los mismos en ser parte activa del problema. Barack Obama no es la solución, pero mantiene la esperanza de creer en ella.


*Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia, publicada en El País
Foto: Reuters, publicada en primera plana El Financiero