miércoles, 20 de agosto de 2008

20 de Agosto 1968


El 20 de agosto la Coalición de Maestros de Enseñanza Media y Superior Pro Libertades Democráticas invitó a diputados y senadores en Ciudad Universitaria para establecer un puente de comunicación con el movimiento estudiantil. La respuesta al acercamiento no podía ser diferente de la ausencia. Ya para entonces un cuadro juvenil de Acción Nacional (Diego Fernández de Cevallos) hacía gala de su oportunismo político y fue el encargado de “disculpar” a los diputados de su partido (por ese tiempo era impensable la existencia de cualquier senador diferente al PRI). El líder de las Juventudes Panistas dijo que su partido no quería capitalizar el movimiento estudiantil en su favor y, el que en 1994 fue el candidato del PAN a la presidencia de la república, declaró una perla como esta: “tocó a su fin uno de los tabúes de México: el del presidencialismo.”*

Heberto Castillo, en oposición a los legisladores sumisos al poder ejecutivo (léase el presidente), integrante de la Coalición de Maestros, se atrevió a proponer que el diálogo con las autoridades fuera público y se utilizara para ello a Televisa de aquel tiempo (Telesistema Mexicano). La audacia para pedir aquello, visto de manera fría, pudiera ser ubicada dentro de lo absurdo. No lo era. El ingeniero Heberto Castillo, como una de las cabezas más destacadas de la Coalición de Maestros, sabía lo que pedía. Desde siempre la televisión en México, como empresa privada, ha utilizado una concesión del espacio aéreo, el cual es propiedad pública y sin lugar a dudas formalizado explícitamante en la Constitución. Eso y el impulso de estudiantes para llevar al gobierno a un lugar público le pedían la posibilidad al país para cambiar la tradición del autoritarismo por un reconocimiento del derecho a pedir y exigir repuestas a planteamientos democráticos. Un país, por cierto, donde todavía algunos sienten orgullo en escribir o declarar que la cuestión era cosa de capitalinos nada más. Las movilizaciones pues, estaban queriendo pasar de la calle a los resultados y acciones concretas; difícil de explicar y entender para los actores políticos en el poder de ese tiempo, acostumbrados a simplemente ordenar sin pasar antes, ni nunca, por los cuestionamientos. Su incapacidad para aceptar el diálogo era el resultado de cuarenta años controlados por aquella famosa dictadura de partido con una democracia llena de simulaciones y avejentada.

La cerrazón al dialogo tenía que encontrar su punto de salida. Una vez más el Consejo Nacional de Huelga convocaría a otra marcha para el 27 de agosto. En el librito del aprendizaje de los movimientos estudiantiles no podía ser de otra forma. El momento estaba a favor de salir una vez más a las calles; mostrar el músculo y pensar que el resultado obligaría al solicitado y reiterado diálogo…Por el lado del gobierno la suma de factores empezaba a ser demasiado pesada según su perspectiva; activismo real en un sector de los estudiantes para alcanzar un cambio en las estructuras de poder; la convicción de una conjura extranjera; el peligro de boicot para los Juegos Olímpicos; la inevitable intriga de la sucesión presidencial. Muchas jugadas para una sola carta: la represión.

Ramón Ramírez; El movimiento estudiantil de México, Tomo I, pág. 237.
Foto: El Universal

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