jueves, 4 de octubre de 2007

Sin decir su nombre



No lo van a poder evitar. Notas informativas en noticieros de radio y televisión de todo el mundo, incluido Estados Unidos, serán reproducidas a granel. Internet también magnificará exponencialmente la figura que inmortalizó con una fotografía el cubano Alberto Díaz (Korda). Fotografía de héroe revolucionario para unos, asesino para otros.

40 años después de su muerte su figura está más relacionada con la estética que con la teoría política. Una en extremo famosa fotografía fue capaz de reproducirse casi al infinito en artículos de consumo acordes con el modelo capitalista, contra el que tanto luchó el guerrillero icono del siglo XX. Un instante literalmente inmortalizado.

Entendido como un revolucionario o mal entendido como un irresponsable. Entendido como un héroe o entendido como un autoritario. Mal entendido como un guerrillero o entendido como un comunista, la polarización que genera lo que ahora es tan sólo una imagen insistentemente demuestra que hay posiciones terriblemente enfrentadas e irreconciliables en diferentes campos de la realidad.

Una imagen que a pesar de cualquier cosa, a pesar de su aceptación dogmática, a pesar de su rechazo; comunica. Es común a todos en cualquier parte del mundo. Pudieron matar al hombre de carne y hueso –incluso le cortaron las manos para comprobar que el muerto era el muerto que querían-, pero con ello lo hicieron común al resto del mundo. Lo mataron sí, pero lo inmortalizaron también.

Por lo tanto hay que seguirle matando. Las razones de unos son las sinrazones de otros. Porque efectivamente fue un asesino, porque su teoría guerrillera era y es una locura, porque quería acabar con el imperialismo, porque era comunista, porque hay quien lo confunde con Cristo…porque los cubanos en el exilio son los dueños de la verdad. Las sinrazones son lo de menos, lo importante es acabar con la pesadilla de ese hombre mirando hacia la nada. Hay que seguir matando a ese cabrón.

Los mismos que le temen son los mismos que lo llevaron a la posición de semidios. Los mismos que blasfeman contra su nombre no saben cuál es el nombre del "héroe" que detuvo y mató a su enemigo. A ver, ¿cuál es el nombre del general del ejército boliviano que apresó al comunista? No importa la respuesta, pudo ser un cualquiera. No así el muerto. No así su fantasma.

La lección debiera ser para todos, defensores y detractores, un recordatorio para dejar de creer y ponernos a interpretar desde el aquí y el ahora. La libertad con responsabilidad tiene su sustento. ¿Es la violencia un modelo a seguir o a evitar? ¿La violencia de unos es mejor que la violencia de otros? ¿El Estados Unidos de ahora tiene justificación para hacer la guerra en Irak? ¿El Ejército Popular Revolucionario –en México- tiene razones para explotar gasoductos? ¿Merecía morir gente inocente en las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de Septiembre del 2001?

¡Qué el muerto no muera! Pero que no muera para recordarnos hasta el cansancio que la muerte no es pareja. En la irresponsabilidad o responsabilidad de las decisiones de Estado, de las decisiones políticas, de las decisiones revolucionarias, de las decisiones económicas, están los vivos de carne y hueso que no piden pasar a la historia sino simplemente vivir su historia sin dramatismo y con dignidad.

Que de la historia conocida se dé una retroalimentación individual orientada hacia la crítica contra la injusticia que el guerrillero combatía; pero no con más mártires, no más asesinos de mártires, no más asesinos mártires. De lo contrario el mito estará condenado a repetirse periódicamente.


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