Mi recuerdo: un 10 de junio
Un clavado a lo borroso para no olvidar. Relato de historia personal
Los pasillos tenían algo así como dos metros de ancho. Mosaicos negros y amarillo opaco con unas betas blancas en piso y paredes hasta una altura de metro y medio. 18 amplios departamentos de dos y tres recámaras con cuarto de servicio, todos con su puerta de acceso principal hechas de madera color café oscuro (supongo roble o fresno, muy pesadas). Un edificio bien construido por allá de los años cuarenta del Siglo XX. El hábitat en donde los amigos para salir a jugar casi todas las tardes de lunes a viernes siempre abundaban. A veces yo iba a tocar la puerta de alguno de ellos. A veces tocaban al 17, uno de los dos últimos departamentos. Ahí tenía mi cuarto, que compartía con mi hermano Polo, desde donde veía a lo lejos la Torre Latinoamérica al centro de la ciudad del entonces Distrito Federal. Alguna vez tuve un sueño en donde junto con varios amigos del edificio estábamos jugando ya de noche a no sé qué cosa y desde la ventana del pasillo vi una bola de fuego, como un meteorito, con todo y su cola, que caía en "slow motion" sobre la ciudad directo a esa Torre Latinoamérica.
El ritual de salir a jugar aquel jueves no falló. Vino por mi Gerardo, un vecinito del 13. Compartíamos el segundo piso del edificio. Aquel departamento de Gerardo tenía balcón a la calle. El mío estaba al otro extremo, desde donde miraba hacia el oriente con su sol de cada mañana para despertarme. Ese jueves, Gerardo traía una pelota de esponja color rojo, algo gastadona por el uso para lo que nosotros decíamos con todo convencimiento era igual a jugar frontón. Bajamos al patio.
Aquel patio lo usábamos para muchos de nuestros juegos. Pintábamos sobre el suelo "carreteritas" con gis en donde mi amigo "Taty" tenía un carrito invencible. No podía faltar, por supuesto, usarlo para las clásicas canicas con su hoyito en el piso. Juegos de improvisado bádminton y un largo etcétera para inventarnos cómo pasar el rato. Una delicia de lugar para cualquiera que buscara a qué jugar. Incluso utilizamos una pared para torneos de "frontón", con todo y sus finales que a veces nos llevaba hasta al atardecer y la poca luz para distinguir una pelota de esponja. Era también el lugar en donde estaban unos tinacos cisternas que abastecían agua para los departamentos. Al fondo de ese patio, vivían doña Lucy y don Guillermo que estaban encargados de cuidar el edificio. Había unas escaleras de herrería muy empinadas para subir a los vacíos cuartos de servidumbre que alguna vez debieron usarse. El patio tenía una pared de 8 metros de ancho y 10 de altura que del otro lado era un pequeño colegio con kinder y primaria.
En el departamento 6 vivía una señora mayor a la que nunca le hacíamos caso porque era rutinaria su queja contra el ruido ocasionado por nuestros juegos de casi todos los días. Sus ventanas tenían vista al patio. Confieso que no recuerdo el nombre de aquella señora. Odiosa crueldad infantil que pusimos en práctica: para nosotros era la bruja del seis. Desde que Gerardo y yo comenzamos a jugar aquel jueves, no faltó que la señora tocara la ventana desde el interior de uno de sus cuartos para reclamar contra el ruido provocado por el peloteo en la pared. Éramos, sin duda, un martirio para ella. El patio estaba lejos de la calle pero en el cielo se veía el vuelo constante de un helicóptero que además volaba bajo. También, constantemente, se escuchaba a lo lejos el claxon de muchos automóviles.
Como era mi costumbre, Gerardo me estaba ganando en el juego y quizá inconscientemente volé la pelota al otro lado. La cosa no acabó ahí, porque mi compañero de juego sí traía dinero (un tostón de aquellos años) y fuimos a comprar otra pelota. Recuerdo que cuando salimos del edificio para ir por la nueva pelota el sol estaba de caída y sentí su luz de frente con mucha intensidad porque el pasillo del edificio era un túnel que se oscurecía al atardecer. Fuimos a la pequeña y bien surtida tienda de "Cholita" (una señora mayor) en la calle de Alfonso Herrera, a media cuadra del edificio con el número 26 de lo que considerábamos como nuestro territorio: la calle de Velázquez de León. Compramos la pelota y nos encaminamos a seguir con nuestro juego, pero nos llamó mucho la atención el inusual tráfico en la calle. Eso no era normal.
Había demasiado ruido por el exceso de coches a vuelta de rueda en Velázquez de León. El helicóptero llamaba nuestra atención y en San Cosme (a cuadra y media de nuestro edificio) había un montón de gente sobre esa avenida. Era fácil verlo porque San Cosme estaba en el horizonte con una ligera mayor altura que nuestra calle.
De regreso de la tienda de “Cholita”, conforme nos acercamos a la puerta de entrada del edificio, le dije a Gerardo en forma de pregunta y con la curiosidad natural de nuestra edad: ¡¿vamos a ver?! En complicidad no dudamos y nos enfilamos junto a muchas otras personas rumbo a la esquina de San Cosme y Velázquez de León. Al fin niños.
No podría decir cuánta gente estaba sobre banquetas y en la calle, pero era inevitable que nos llamara la atención. Yo no sabía qué estaba pasando. En la esquina de Icazbalceta había una Llantera “Firestone” con varios curiosos mirando hacia la avenida. Cruzamos la calle y noté que la oficina de Correos (Servicio Postal) tenía sus puertas cerradas. Llegamos a San Cosme. Había mucha, mucha gente, tráfico y varios "tamarindos" (policías de tránsito) desviando los coches sobre Velázquez de León.
Metidos entre la gente yo quería ver más, pero unos policías (que en ese momento yo no sabía que pertenecían al Cuerpo de Granaderos) no dejaban pasar rumbo a la México-Tacuba, avenida que era la continuación de San Cosme, pasando Melchor Ocampo (hoy Circuito Interior). Ese impedimento quizá sea la razón que hoy me permite escribir este relato.
No podía ver rumbo a la México-Tacuba. Siempre "chaparro" de altura, busqué la forma de poder tener mejor vista. Para resolverlo me subí en la parte de atrás de un coche estacionado frente a la farmacia Morelia (San Cosme y Velázquez de León). El carrito era muy viejito, como de los años cuarenta, porque tenía en su defensa de atrás una lámina en donde pude subirme y pararme para tener mejor vista. Poco tiempo estuve parado ahí. La suma del ruido de los silbatos de los "tamarindos", el claxon de los coches y el helicóptero aturdía al grado de molestar, aún lo recuerdo. Había gente en todos lados. Gente en la esquina del Panteón Inglés (Melchor Ocampo y San Cosme) y a lo lejos por la avenida. Era confuso distinguir bien y por qué había tanta gente. Algunos coches parecían quedar como atrapados entre las personas.
Estoy seguro que apenas tenía unos pocos minutos sobre el coche (no sé cuánto, tal vez máximo unos cinco minutos) cuando muchas de las personas que estaban en la esquina de Nogal y San Cosme (es ya ahí la colonia Santa María la Ribera porque nosotros al lado de la farmacia Morelia estábamos en la colonia San Rafael) se movió un nutrido grupo de hombres (todos corriendo) rumbo al Cine Cosmos por la México-Tacuba y apenas fue cuando me di cuenta que portaban algo que me pareció como palos de escoba. Fue fácil notarlo porque desde donde yo estaba me dieron la espalda y todos tenían esos "palos". Un esfuerzo en lo borroso del recuerdo me lleva a pensar que serían alrededor de unos 50 hombres.
Apenas avanzaron un poco aquellos hombres por en medio de la avenida cuando me llamó la atención una serie de ruidos muy fuertes y continuos (como si estuviera yo mismo dando unos golpes con la palma de mi mano en la cabeza). Ese ruido lo escuché a mi lado derecho y me hizo voltear hacia arriba en esa dirección. Ahí estaba un edificio en construcción, justo de la esquina de donde salió el grupo de hombres. El ruido lo hacía un hombre de camisa blanca, manga corta, que estaba disparando desde el segundo o tercer piso un arma tipo rifle hacia la México-Tacuba (no tengo idea del calibre pero era repetido el sonido). Imborrable esa imagen en mi memoria. Ese jueves aprendí que hay personas que disparan contra seres humanos sin el menor miramiento.
No sé cuántos tiros hizo aquel hombre, pero lo que sí tengo claro es que lo estaba viendo disparar cuando un policía o un "tamarindo" me jalo de mi cabello y de forma violenta me dio un golpe en la cabeza y me dijo: "¡escluincle pendejo vete a tu casa!"
Entre la humillación por lo que me hizo y dijo aquel policía junto a la reacción de miedo que me invadió al ver correr a mucha gente calle abajo, me sumé a un montón de personas hasta la llantera “Firestone”. Nunca me pregunté en dónde estaba Gerardo. Sé que no le pasó nada malo ese día, pero él debió tener su propia experiencia del momento que nunca escuché porque a los pocos días se mudó con su familia a otro domicilio. Nunca volvimos a vernos. Quizá, si él leyera este relato sumergido en el océano de los recuerdos, me ayudaría a reconstruir lo borroso de aquel día desde su propia vivencia.
En esos momentos, yo como niño, quería decirles a las personas mayores que se arremolinaron en la esquina de la llantera lo obvio; ¡que estaban disparando! Y seguía creciendo el ruido de los balazos que se escuchaban a lo lejos. Era evidente ya que estaban disparando en otros lugares distintos al que yo acaba de presenciar. Quedé entre muchas personas adultas, todas con miedo e incertidumbre. Cada quien procesaba ese instante a su propia manera. Recuerdo a la señora Tere (amiga de mi mamá y vecina del edificio 24) gritar de forma desesperada "¡mi hijo Pepe está allá, mi hijo Pepe está allá!" También no olvido el gesto que tuvo el cura de la iglesia "Guadalupita" (en Icazbalceta y Velázquez de León) cuando ayudó a dos muchachos que bajaron ensangrentados por las escaleras de una cerrada en la misma calle Icazbalceta para resguardarlos en el templo. Cerraron las cortinas metálicas de la llantera “Firestone”. Los ruidos de los disparos se seguían escuchando y alguien dijo lo más prudente para lo crítico de la situación: ¡métanse a sus casas! Eso hice.
Desde varias ventanas, balcones y azoteas, era lo mismo. Gritos de "todos para adentro, a sus casas". No estar en la calle era la orden de los adultos. Así tengo la imagen de mi mamá desde la azotea del edificio y la mamá de mi amigo “Taty”, la señora Gena, con la repetida súplica: ¡métanse, métanse!
Ya adentro del edificio subo las escaleras que tenían forma tipo caracol y veo a mi mamá para decirle (como si nadie lo supiera): ¡están disparando, están disparando! Con la respuesta de mi mamá al tono con el instante: ¡sí, métete a la casa!
Dentro del departamento, ese jueves mi papá estaba con nosotros porque no tenía viaje en su trabajo (era operador de un autobús A.D.O.). Los balazos no se dejaban de escuchar. Quizá paso media hora y mi papá tomó la decisión de salir del departamento, subirnos a un "vochito" (que tenía estacionado afuera en la calle, frente al edificio) y llevarnos a mi mamá, mi hermano menor y yo con la familia de mi primo, también de nombre Polo al igual que mi hermano, quienes vivían en una colonia en los alrededores de la avenida Cuitláhuac. Nos llevó ahí mi papá rodeando por las calles de Marina Nacional y con tráfico que, supongo, era consecuencia del desvió de autos para evitarles el paso por la zona de la terrible represión.
Regresamos a nuestro departamento tarde, quizá once o doce de la noche. Lo último que recuerdo de esa fecha fue que pasamos justo sobre la calle de Nogal e hicimos alto por un semáforo en rojo antes de cruzar San Cosme para bajar a Velázquez de León y no pude dejar de mirar una patrulla de policía con su torreta encendida y varios barrenderos acumulando basura en la esquina del mismo edificio donde desde unas horas antes había visto disparar a un asesino (lo digo ahora, porque de niño yo pensaba que era algo extraordinario y digno de llamar mi atención en forma equivocada).
Es pues, parte de mi historia personal que coincidió con un suceso repudiable desde cualquier punto de vista y en donde además los responsables de aquel gobierno que ordenó ese hecho no han sido juzgados ni tampoco los asesinos que impunemente actuaron en las calles de colonias como San Rafael, Santa María la Ribera y la Nueva; también parte de la colonia Anáhuac o Santa Julia, Normal de Maestros y Casco de Santo Tomás en contra de personas inocentes que únicamente ejercían su derecho a la libre manifestación en aquel trágico jueves 10 de junio de 1971. No lo olvido.