El sábado pasado estuve en el D.F. Fue uno de esos viajes para olvidar (y no). Sin entrar en detalles bochornosos; la pasé mal, muy mal. Como simple información: practiqué el deporte de la corretiza (al buen entendedor pocas palabras). Ni modo. Aunque buscándole, buscándole; siempre hay cosas que valen la pena. Por coincidencia el mismo sábado pude presenciar la marcha del Orgullo Gay. Algunas crónicas que he podido leer al respecto se limitan a decir que la marcha transcurrió sin incidentes importantes; tal vez. Y digo tal vez porque quizá no estuvieron en el mismo punto donde yo estuve o tal vez no vemos las cosas igual. Quién sabe. El caso es que tuve la oportunidad de presenciar la marcha con sus contingentes desfilando por el centro de la ciudad: Alameda Central, Eje Central a la altura de Madero y Cinco de Mayo (aunque resulte una obviedad, pero para el que no conozca la zona, un buen punto de referencia es La Torre Latinoamericana).
Para empezar, la cantidad de asistentes que yo pude presenciar fue sencillamente impresionante. Los organizadores calcularon 250 mil, la policía capitalina reconoce 85 mil. La diferencia entre lo que dicen unos y otros aquí no es motivo de polémica. Para mí, esa masa de gente ya me obliga a ubicarme en otra perspectiva que he ido olvidando. En mi memoria esas cifras son mucho mayores para otras marchas que llegué a constatar varias veces al paso del tiempo ahí mismo en el D.F. (tantas que se hicieron costumbre). 250 u 85 mil, cualquiera que sea el número real, son muchas personitas juntas alrededor de una causa común. Ni remotamente en La Laguna hay organización político social con esa capacidad de convocatoria; bueno, ni el fútbol es capaz de sacar a la calle esa cantidad de personas. Hasta ahí los números.
Más o menos a las tres y media de la tarde estaba yo ubicado frente a Bellas Artes mirando pasar la XXXI Marcha del Orgullo Gay. Sí, treinta marchas previas y yo por mera circunstancia apenas presencié la treinta y uno. Para alrededor de las cuatro de la tarde ya había unas nubes que presagiaban una lluvia muy fuerte. Intentando ser prudente caminé a la par de la marcha ubicando dónde refugiarme de lo que sería inevitable; un señor aguacero o señora lluvia (según la preferencia de cada quien), qué digo aguacero o lluvia: un tormentón sello chilango, con todo y granizada. Previo a la tormenta miré un desfile de hombres y mujeres ataviados con infinidad de disfraces (tantos que se necesitaría un especialista en modas para explicar la diversidad), todos orgullosos de sus atuendos; unos, porque otros y otras mostraban sus cuerpos con mini prendas en un desfile para todos los gustos. Y como invitada especial; una majestuosa lluvia, otro recuerdo olvidado de mi parte: Ya tenía buen tiempo de no estar en un aguacero marca diablo.
Para empezar, la cantidad de asistentes que yo pude presenciar fue sencillamente impresionante. Los organizadores calcularon 250 mil, la policía capitalina reconoce 85 mil. La diferencia entre lo que dicen unos y otros aquí no es motivo de polémica. Para mí, esa masa de gente ya me obliga a ubicarme en otra perspectiva que he ido olvidando. En mi memoria esas cifras son mucho mayores para otras marchas que llegué a constatar varias veces al paso del tiempo ahí mismo en el D.F. (tantas que se hicieron costumbre). 250 u 85 mil, cualquiera que sea el número real, son muchas personitas juntas alrededor de una causa común. Ni remotamente en La Laguna hay organización político social con esa capacidad de convocatoria; bueno, ni el fútbol es capaz de sacar a la calle esa cantidad de personas. Hasta ahí los números.
Más o menos a las tres y media de la tarde estaba yo ubicado frente a Bellas Artes mirando pasar la XXXI Marcha del Orgullo Gay. Sí, treinta marchas previas y yo por mera circunstancia apenas presencié la treinta y uno. Para alrededor de las cuatro de la tarde ya había unas nubes que presagiaban una lluvia muy fuerte. Intentando ser prudente caminé a la par de la marcha ubicando dónde refugiarme de lo que sería inevitable; un señor aguacero o señora lluvia (según la preferencia de cada quien), qué digo aguacero o lluvia: un tormentón sello chilango, con todo y granizada. Previo a la tormenta miré un desfile de hombres y mujeres ataviados con infinidad de disfraces (tantos que se necesitaría un especialista en modas para explicar la diversidad), todos orgullosos de sus atuendos; unos, porque otros y otras mostraban sus cuerpos con mini prendas en un desfile para todos los gustos. Y como invitada especial; una majestuosa lluvia, otro recuerdo olvidado de mi parte: Ya tenía buen tiempo de no estar en un aguacero marca diablo.
Cualquiera pudiera pensar; ¿y la espectacular lluvia dispersó el espectáculo del desfile gay? Al contrario. Como lo dije, casi a las cuatro de la tarde la marcha literalmente recibió con la brazos al cielo al Dios Tláloc, que en lugar de dispersarlos los hizo más solidarios. Y por favor que nadie se ofenda con esto: ¿alguien recuerda a un “jotito” gritar con ese tono juguetón para demostrar con ello un sano desmadre? ¿A una “loca” expresar sin desparpajo su divertimento por cualquier razón? ¿Sí?; pues yo oí cómo al unísono reían y gritaban miles de “locas” con un gusto y un placer por el juego que jugaban en complicidad con la lluvia.
Si ya la desinhibición es parte del orgullo gay (por los menos los que dejaron el closet), la tormenta que los acompañó en su marcha el sábado les proporcionó todavía más fuerza para desplayarse (en el sentido de divertirse) con mas ánimo del que ya de por sí manifestaban antes del aguacero: la calle tomada para la fiesta. Así, lo visual del evento se enriqueció con el sonido de lluvia y gritos que, cuando menos a mí, me transmitían la sensación de una alegría por estar vivos. Me vale que suene cursi. Miles de lesbianas, homosexuales, bisexuales, travestis, transgéneros y, por qué no, uno que otro hetero, todos felices de la vida al ritmo de la lluvia. En contraste, algunos “otros” vociferando agresiones anónimas (hay que decirlo; eran pocas), pero al fin agresiones de algunos hetero (nosotros los “bugas” para los gay). Agresiones homofóbicas siempre escondidas entre la multitud para gritar la majadería o el insulto denigrante. Insultos que incluso algunos dentro de la marcha utilizan jocosamante para fortalecer a la misma. Detalles que, supongo, las marchas ya han sabido asimilar y por supuesto contrarrestar; y todavía más importante: les tiene sin cuidado.
No creo que sea ni la primera ni la última Marcha de Orgullo Gay con lluvia, pero ésta que en parte pude observar me deja la experiencia de ver personas de diferentes edades (desde jóvenes hasta viejos) con la convicción de sentirse humanos hechos y derechos dentro de una diversidad de preferencias y gustos siempre compatibles y compartibles con el que quiera, cuando quiera y como quiera. Qué la diversidad así siempre deba ser.
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