jueves, 6 de agosto de 2009

Vals con Bashir


Desde el año pasado apenas y noté Vals con Bashir (Ari Folman, Israel en co producción con otros países, 2008), la cual estuvo nominada al Oscar el año pasado. Fue hasta hace unos días cuando Gabriela Warketin recomendó la película en su Facebook que me llamó la atención. Comentario sin rodeos; sigan dándole premios (por supuesto a la película).

Ari Folman (guión y dirección) es también protagonista del film realizado en dibujos animados. El tema gira en torno a la guerra de Israel contra el Líbano en los años ochenta así como la masacre de refugiados palestinos en Sabra y Chatila perpetrada por falangistas cristianos y encubierta por el ejército israelí. Ari Folman fue combatiente de esa guerra a la edad de 19 años; su experiencia traumática le llevó a forzar mecanismos de defensa psicológica y con ello encubrir esa parte de su pasado. De pronto, Folman, tras la conversación con un amigo en un bar quien le describe tener una pesadilla reiterativa, descubre él mismo no recordar momentos de la guerra y con ello tener el pretexto para investigar el motivo de sus olvidos.

Me interesa rápidamente pasar de lo técnico creativo a las implicaciones éticas, psicológicas y políticas que aporta Vals con Bashir. En primera instancia, el aspecto técnico es relevante porque les confirma a los creadores la utilización de un software de animación muy popular (Flash) como herramienta básica para elaborar un largometraje. Es fácil darse cuenta que el guión hubiera sido imposible de realizar en el cine convencional, sobretodo por las exigencias técnicas y presupuestales necesarias para lograr el efecto deseado. Utilizar entonces la animación para plasmar el film fue una idea, además de práctica, apropiada para conseguir un producto con una plástica de calidad cinematográfica indiscutible. En segundo lugar, el posicionamiento de cine para adulto queda dignamente defendido con una animación bien aprovechada para retomar los recursos cinematográficos de cualquier producción “normal” y abrir las posibilidades creativas que ofrece la mezcla entre realidad con lo onírico y las disfunciones psicológicas de la mente humana. Tela de donde cortar la tuvo el film.

¿Quién de nosotros puede recordar toda la película de la propia vida? Imposible; hasta cierto punto. ¿Cuántas ocasiones algún amigo o familiar nos recuerda con exactitud lo que en apariencia habíamos olvidado? Ah, sí; ahora recuerdo, solemos afirmar cuando fundimos presente con pasado. Es entonces, con el recordar, cuando se refuerza la empatía y la comunicación entre iguales a través de una historia particular que se hace única. Nadie o muy pocos podrán sentir ese vínculo de entendimiento. Por ello, no estoy de acuerdo con aquellos que simplemente ven al cerebro humano como una máquina capaz de borrar lo inservible o lo traumático. Todo está ahí y pacientemente espera su momento para salir. Lo fácil es olvidar, lo contrario es recordar. Lo cómodo es simular olvido para convertirse en sinónimo de cinismo o mentira. Como dice Paul Thomas Anderson: “Puede que hayamos acabado con el pasado, pero él no ha acabado con nosotros.” Y por ello la verdad, aunque se tarde en el tiempo, terminará por emerger de las profundidades del subconsciente.

El protagonista, narrador y autor de Vals con Bashir se confiesa; sí estuve ahí, sí participe, sí sabía lo que estaba pasando: no hice nada para evitarlo. La confesión no expía culpas, pero ayuda a no olvidar y le dice a las nuevas generaciones no dejar en la simple anécdota un genocidio como el de los barrios de Sabra y Chatila de la ciudad de Líbano en 1982. Y para ello un documento que lo conmemore.

Algunos podrán confundirse con la narrativa, pero es claro que la propuesta es de un documental estilizado con la animación. No hay ficción. Que para construir cualquier documental se utilicen recursos expresivos del cine de ficción es ya un tema agotado. Y además queda la aportación de un documental diferente; un documental animado. Sí, por contradictorio que se lea: Vals con Bashir es un documental animado. Se reconstruye, por medio de charlas entre ex combatientes de la primera guerra de Israel contra el Líbano, pedazos de experiencia de la realidad y cómo la vivieron algunos de sus protagonistas. La confusión puede darse cuando se ilustra la narrativa del documental. Así lo cuentan los propios entrevistados; Carmi: “Inconciente en la cubierta…soñando que llegaría una mujer…y me tomaría por primera vez…”; Ronny Dayag: “me imaginé cómo reaccionaría mi mamá”; Ari Folman: “entonces, en medio de ese infierno…aparece de repente el corresponsal de televisión Ren Nen Yishan. Camina recto, evadiendo balas como Superman.” Son narrativas desde luego subjetivas pero que nutren al documental y le dan sentido visual al imaginario individual. Es la forma en que se confiesan sus protagonistas y el director lo que hace es dar vida a esas narrativas. Aunque algunos pasajes están mejor logrados que otros, nunca ello demerita al conjunto.

Una película de animación que desaprovechara el simbolismo de los colores sería suficiente para criticarla como mediocre. Cuando menos a mí, el tono ocre prevaleciente en la mayoría del film me remite al color de la sangre quemada, sin vida, podrida; mal oliente. Ello, por supuesto, es una visión personal; sin embargo no me imagino Vals con Bashir apelando a colores “vivos”. Y luego la música; buena en toda la extensión sin llegar a lo magnífico, comentario que reconozco puede ser injusto aunque lo baso en una secuencia que descuadra de la generalidad, aquella en donde el Apocalypse Now de Francis Ford Coppola (1979) salta a la vista; quizá la música entró con calzador para esa parte. Por lo demás, banda sonora y musicalización cumplen su función acertadamente sin empalagar y con tino referencial.

Vals con Bashir es una película antibélica porque no deja opción a la justificación ideológica para los motivos de la guerra; nunca he estado en una (y claro que abro un paréntesis de bote pronto para reiterar que ni quiero estar en alguna) pero en realidad debemos estar agradecidos por esa información intuitiva que nos proporciona la denuncia de hechos como el de Sabra y Chatila u otros semejantes, para intentar cuando menos procesar racionalmente las consecuencias de la barbarie humana. Con este tipo de cine también se cumple en forma y fondo lo valioso de ver algo más que entretenimiento, ver que aún dentro de la tragedia es posible recrear la esperanza de cambiar nuestra actitud ante la vida y la muerte.

Cinta con tintes en apariencia irracionales nos conduce por el mundo de los recuerdos segmentados y con marcado desatino. Esto puede llevar a confusión y sentenciar la incongruencia entre lo que el autor quiso decir y lo que al final comunicó. Tal vez la conclusión errónea sea asegurar que no hay una resolución final ante la dispersión de imágenes en extremo sin sentido. Y es justamente el final lo que cierra diferentes círculos de tiempo, sobretodo para el protagonista pero también para el público. El espectador, informado o no de lo que estaba sucediendo en las líneas falangistas con su abominable masacre, termina por conocer sin disfraz lo que sí paso. Ese final es el principio para el protagonista. La respiración agitada no está en el espectador, está en la revelación de la memoria sin traición: qué hicimos. Y en el público: qué podemos hacer.



Ficha técnica:

Título: Vals con Bashir. Título original: Vals im Bashir. Dirección: Ari Folman. País: Francia, Estados Unidos, Alemania, Suiza, Israel, Finlandia, Australia, Bélgica. Año: 2008. Reparto: Ron Ben-Yishai (como él mismo), Ronny Dayag (como él mismo), Ari Folman (como él mismo), Dror Harazi (como él mismo), Yehezkel Lazarov (como Carmi Cna'an), Mickey Leon (como Booz Rein-Buskila), Ori Sivan (como él mismo), Zahava Solomon (como ella misma), Shmuel Frenkel (como él mismo). Duración: 90 min.

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