miércoles, 29 de octubre de 2008

Ni todo al mercado, ni todo al estado


Ex director del diario El País, Joaquín Estefanía, publicó un estupendo artículo con el tema en torno a la crisis económica y financiera a nivel global. En una expresión del mismo Estefanía “demasiado mercado mata al mercado” se sintetiza muy bien la urgente necesidad de regular al libre mercado, pero sin dejar que la intervención del Estado asfixie las posibilidades de desarrollo en sus diferentes agentes económicos.

El mundo después del crash” es el título que Joaquín Estefanía nos sugiere para entender que el mundo no se acaba después del crash. La pregunta inmediata que surge es qué tipo de mundo permitiremos; uno con mayor desigualdad u otro donde la globalización responda a los intereses de la gente. El artículo propone terminar con los dogmas a ultranza, tanto de aquellos que se apresuran a decir que el capitalismo está viviendo sus últimas horas como la peligrosa idea de que sólo la intervención del Estado hará posible la redistribución de la riqueza. Ni uno ni otro modelo han logrado el pleno desarrollo. El momento no es para extremar posiciones; la posibilidad real de pasar de una recesión a una depresión de dimensiones históricas está más que latente. Es tiempo de desempolvar a John Maynard Keynes, que en la práctica varios gobiernos del mundo lo están ya reviviendo vía políticas públicas obligados por la coyuntura, para urgentemente empezar a conciliar y resolver lo que hasta el momento la experiencia demuestra también que “del mismo modo que hay ciclos en la coyuntura también hay ciclos ideológicos que conceden el énfasis a las distintas herramientas económicas.” Aprender es hoy más que nunca un imperativo; el dogma del estatismo o el del libre mercado son igual de perjudiciales. A continuación el artículo completo:

Hay en economía un concepto más enérgico que el de recesión para explicar lo que está sucediendo: depresión. La depresión es más grave y duradera que la recesión, y se manifiesta en el frenazo en seco de la actividad, la debilidad de la demanda, la contracción del comercio internacional, el incremento del paro, la caída del poder adquisitivo, etcétera, todos ellos procesos muy dolorosos y contrarios al progreso. Pues bien, el profesor de Economía de la Universidad de Nueva York Nouriel Roubini, el gurú que se ha hecho famoso por haber anticipado la crisis financiera que se inició con el estallido de las hipotecas tóxicas, ya ha utilizado el concepto de depresión como síntoma de lo que ocurre en la economía a escala planetaria. Hace unos días escribía Roubini: "No podemos descartar un fracaso sistémico y una depresión global. (...) Se corre el riesgo de un desplome del mercado, una debacle financiera y una depresión mundial". El economista plantea que más que una coyuntura en forma de V (caída y pronta recuperación) estamos en otra en forma de U (caída en la que la economía se mantiene un tiempo, para luego ascender), o quizá en forma de L (caída y letargo a largo plazo).

Un arranque ciertamente tenebroso sobre la coyuntura quizá pueda compensar el optimismo del titular de este que parece llevar implícito -y no es así, como se ha visto la semana pasada- la superación del desplome bursátil que, en otras ocasiones históricas, ha sido la antesala de una recesión o de una depresión. Crash y depresión se retroalimentan. Hay muchas similitudes -y bastantes diferencias- con la Gran Depresión de 1929. Es urgente desempolvar los viejos manuales de entonces y establecer las comparaciones. "Pensar el presente desde un punto de vista histórico" (Walter Benjamin).

En diciembre de 2006 caía el Ownit Mortgate Solutions, un pequeño banco hipotecario de California especializado en productos de alto riesgo. Es el antecedente más cercano del estallido de la burbuja inmobiliaria y de las hipotecas subprime, que devendría en la norma a partir de julio de 2007. Desde entonces hay muchas víctimas sin enterrar. Entre ellas, la economía real en forma de estrangulamiento del crédito (que es su sistema sanguíneo), desaparición de los bancos de inversión y nacionalización de otras entidades que formaban parte de la aristocracia financiera internacional, desprestigio de los organismos reguladores nacionales y de las agencias de calificación de riesgos, profundísima descapitalización bursátil de muchas empresas financieras y no financieras, parón de la actividad económica y de la inversión, contracción de la demanda, suspensiones de pagos, desempleo, etcétera. Y sobre todo, un escalofrío en muchos ciudadanos en forma de inseguridad: no sólo miedo al terrorismo y a otras formas de inquietud ciudadana, sino a la inseguridad económica y el temor al otro, al diferente, al que compite con el puesto de trabajo y carga de obligaciones al Estado de bienestar.

Otra víctima de la crisis es una forma de entender el mundo, un modo de pensar que se identifica ampliamente con la ideología neoliberal. La máxima acuñada por la revolución conservadora de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, que ha durado un cuarto de siglo, de que el Estado es el problema y no la solución, ha saltado hecha trizas en cuanto se han acumulado las dificultades. La "destrucción creativa" de Schumpeter sólo se hizo realidad cuando las autoridades americanas dejaron hundirse al que era cuarto banco de negocios estadounidense, Lehman Brothers (y casi todos los analistas califican esta inacción como un grave error y el principio del pánico); las demás instituciones financieras con problemas han sobrevivido con una u otra fórmula de intervención pública, con paquetes de rescates a babor o a estribor, en forma de avales públicos, compras de activos o directamente de acciones. Lo explica resignado un economista español: "Hemos generado mucho riesgo moral para evitar el riesgo sistémico". Ahora, la retórica del libre mercado se utiliza con más soltura, más selectivamente: se asume cuando sirve a intereses especiales y se descarta cuando no es así. Sin complejos, el presidente de la patronal española llegó a exigir "un paréntesis" a la economía de mercado.

Hace escasamente año y medio, todavía la economía mundial continuaba en la senda de crecimiento más larga y profunda de la historia contemporánea. La teoría de los ciclos económicos parecía extinguida y el planeta se instalaba en el denominado ciclo Kondratief, una onda larga de prosperidad debida -se decía- a la confluencia de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) con la flexibilidad empresarial y la innovación financiera. Los mantras más citados eran los de la desregulación y la autorregulación. Hasta tal punto que cuando se encienden las primeras luces rojas de las dificultades hay una generación de jóvenes ejecutivos, los que mandan en muchas empresas y en bastantes Gobiernos, que no tienen puntos de referencia para saber lo que es una crisis y qué tratamiento preventivo darle.

Es muy interesante seguir las mutaciones que ha sufrido la naturaleza de esta crisis en apenas 18 meses: primero se identificó con el estallido de la burbuja inmobiliaria y el abuso en la concesión de hipotecas de alto riesgo; a ello se le añadió un tsunami protagonizado por las materias primas alimentarias y los elevadísimos precios de la energía, de modo que entonces se habló de "tormenta perfecta" y se hizo una equivalencia con los primeros años setenta del anterior siglo, al aparecer la estanflación (alta inflación y crecimiento cero). Cuando se hicieron sentir los primeros efectos de la sequía crediticia en forma de reducción del crecimiento económico bajaron los precios de las materias primas; como consecuencia de ello, la inflación dejó de estar en primer plano, pero a las víctimas de la coyuntura se añadieron los países emergentes, principales productores de materias primas, y de los que se había dicho que en esta ocasión estarían exentos del efecto contagio. Conforme pasaban las semanas y dejaba de funcionar el mercado interbancario debido a la desconfianza que las entidades se tenían entre sí (¿cuál de ellas tenía en su interior la metástasis de los productos estructurados y colaterales sin valor alguno en el mercado?), la crisis hipotecaria devino en crisis financiera y los Gobiernos salieron al rescate en el entendido de que la desconfianza de los ciudadanos en las entidades de crédito es la antesala de una catástrofe en la economía real. Hubo un momento en que en algunas plazas y sucursales bancarias los clientes, después de hacer colas para sacar sus ahorros, intentaban transmutar sus depósitos en lingotes de oro, en la creencia de que este metal precioso era la inversión más segura.

Sólo cuando los ciudadanos, airados, comenzaron a preguntarse en alto por qué habían de rescatar a quienes habían sido víctimas de su codicia, es cuando se sofisticó un poco el discurso: la mayor inyección de dinero público utilizada en la historia para salvar a los bancos en dificultades era tan sólo una etapa intermedia para salvar a la economía real. Lo que es bueno para Wall Street es también bueno para la calle. Proteger a Wall Street es proteger a Main Street. Así lo ve el grupo de banqueros con chistera y puro que aparecen en la tira satírica del New Yorker. Uno de ellos grita indignado: "¡Maldita sea, para nosotros Wall Street es Main Street".

Las ayudas oficiales a la banca ("Aportaremos todo lo que sea necesario", ha declarado Berlusconi, el más desvergonzado de los políticos actuales) han servido hasta ahora para detener el pánico de los clientes y para que emerja un hilillo de liquidez en los mercados, que se ha concretado en una pequeña baja de los tipos de interés (Euríbor y Líbor). Pero sigue sin saberse si tanto dinero aportado por el Estado se trasladará del sistema financiero al conjunto de las empresas con inmediatez, para que la situación tienda a normalizarse, y a qué precio. Esto era así hasta anteayer. Pero resuelta al menos en parte la dificultad financiera más urgente, los mercados bursátiles han reaccionado extraordinariamente a la baja cuando en el frontispicio ha aparecido el problema de fondo: el colapso de la economía real. La mayor parte de los países de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) -los 30 países más ricos del mundo- han entrado en recesión o están a punto de hacerlo (dos trimestres seguidos de reducción de sus productos brutos), y sin visos de salida. Además, el contagio afecta a muchos países emergentes, que han tenido que gastar las reservas de divisas en defensa de sus monedas, mientras aumenta su riesgo país y ven bajar los precios de sus exportaciones. Se ha llegado a la madre de todas las crisis. Cada uno de los pronósticos que han ido elaborando las organizaciones multilaterales (OCDE, Fondo Monetario Internacional, etcétera) se han tirado a la papelera en el mismo momento en que se hacían públicas. La velocidad de la metástasis es tal que todas las explicaciones de la coyuntura se han quedado antiguas en tiempo real. Aun hace dos fines de semana, en su asamblea semestral, el FMI preveía un ligero crecimiento en 2009 para el conjunto de las economías avanzadas y del orden del 6% en las emergentes. Sin embargo, el pasado miércoles, el Foro Económico Mundial sentenciaba: "La crisis financiera afecta ya a la economía real en un nivel alto y el riesgo de una profunda y prolongada recesión crece".

Con esta crisis multiforme y poliédrica ha desaparecido también una forma de hacer la política económica, que ha sido dominante en el último cuarto de siglo. Aquella que había formalizado el dogma de que los mercados son los que mejor saben qué hacer. Del mismo modo que hay ciclos en la coyuntura también hay ciclos ideológicos que conceden el énfasis a las distintas herramientas económicas. Y ha comenzado otro. En el año 1936, el que probablemente ha sido el economista más influyente del siglo XX (y lo vuelve a ser ahora), John Maynard Keynes, escribió en su obra magna Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero: "Las ideas justas o falsas de los filósofos de la economía y de la política tienen más importancia de lo que en general se piensa. A decir verdad, ellas dirigen casi exclusivamente el mundo. Los hombres de acción que se creen plenamente eximidos de las influencias doctrinales son normalmente esclavos de algún economista del pasado". Las ideas keynesianas, tan menospreciadas en el último cuarto de siglo, están siendo aplicadas ahora por quienes tratan de sacar a la economía de la camisa de fuerza de la revolución conservadora y de la desregulación permanente. No por casualidad, sino como un signo de los tiempos, la Academia Sueca ha concedido hace unos días el Nobel de Economía a quien es uno de los neokeynesianos más insignes: Paul Krugman.

El New Deal del presidente Franklin Delano Roosevelt, respuesta a la Gran Depresión de 1929, inauguró un ciclo progresista de intervención en la económía que duró casi medio siglo y que ha sido denominado la edad dorada del capitalismo: el mundo creció mucho y los países más avanzados construyeron su Estado de bienestar. El 31 de diciembre de 1933, 10 meses después del inicio del New Deal, Keynes escribe una carta abierta al presidente en The New York Times, en la que le aconseja actuaciones adicionales, entre las que sobresale "una atención predominante en el más alto grado al incremento de la capacidad de compra resultante de los gastos públicos, financiados mediante créditos".

A finales de los años setenta y principios de los ochenta se inició la revolución conservadora, que tuvo sus principales ideólogos en Margaret Thatcher y Ronald Reagan, y su continuidad en los neocons que han gobernado en la Casa Blanca y en la Reserva Federal. Francis Fukuyama, el constructor del concepto del fin de la historia, ha matizado aquella forma de entender el mundo y recientemente ha hecho un balance de ese tiempo: la revolución conservadora perdió su rumbo porque se convirtió en una ideología irrebatible, y no en una respuesta pragmática a los excesos del Estado de bienestar. En ella había dos conceptos sacrosantos: que las reducciones de impuestos se autofinanciarían y que los mercados financieros podrían autorregularse. Pues bien, el balance es clarificador: Reagan y Bush dejan a EE UU con gigantescos déficit, la economía creció tanto con Clinton como con Reagan y con superávit público, y de las secuelas de la autorregulación del mercado financiero tenemos suficientes ejemplos catastróficos en los últimos meses.

La crisis traza una frontera, la del final (por ahora) de otra edad dorada: el crédito fácil, la liquidez extrema, los riesgos fuera del balance, los sueldos astronómicos de los grandes ejecutivos ligados a la creación de valor a corto plazo y no a la calidad de lo que se fabrica o con lo que se trabaja, los cambios legales para facilitar la especulación sin límites y las zonas de sombra (el capitalismo gris), una psicología mediante la cual los ahorradores se convirtieron en inversores y los inversores en activos apalancados, la autorregulación como pretexto para administrar sin límites, etcétera.

Cada ciclo ideológico en economía está provocado por una crisis. El New Deal llegó por la Gran Depresión; la revolución conservadora, como reacción a la estanflación; y el paradigma que parece instalarse a principios del siglo XXI, por la crisis iniciada con las hipotecas subprime llevada al paroxismo. Las matrices que lo componen son las de la intervención del Estado siempre que sea necesaria, la regulación financiera, quien contamina paga (en relación a los activos tóxicos) y la necesidad de dotar de gobernanza a la globalización realmente existente. Por ello se ha dado tanta significación a la construcción de un nuevo Bretton Woods, en analogía con la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas, celebrada en New Hampshire del 1 al 22 de julio de 1944, al final de la II Guerra Mundial, y que ha constituido hasta ahora el intento más ambicioso por configurar un nuevo orden económico internacional. Entonces participaron 44 países. Hoy se trata, como se declara con ampulosidad, de "refundar el capitalismo": cambiar todo para que nada cambie.

Se trata de evitar otra Gran Depresión e ir, por el contrario, a una Gran Transformación, como tituló su libro de referencia Karl Polanyi en 1943. En él demostraba, acudiendo a la historia y a los datos empíricos, que no existe nada parecido a una mano invisible que ordene a los mercados; éstos se regulan por la acción del Estado. Hay que actualizar la Gran Transformación a la era de la globalización en la que los Estados tan sólo son entes intermedios.

miércoles, 15 de octubre de 2008

¿Quién vendió a 14?



¿Quieren saber los nombres de especuladores contra el peso mexicano? Según su ley de oferta y la demanda es sólo cuestión de indagar en los empresarios que vendieron a 14 pesos por dólar. Y según su libre mercado hay que premiarlos porque saben sacarle jugo al mega negocio de comprar a 10.50 y vender en un día a 14. ¿Castigarlos? ¿Por qué? Así dictan las buenas costumbres que funcionan como juego de casino; todos ponemos. Porque las reservas del Banco de México son eso, de México. ¿Y quién es México? Pues nosotros, los que siempre pagamos. Se repite otra vez el cuento de siempre en una devaluación; “especuladores antipatriotas, recibirán su castigo”. ¿En qué quedamos pues, es libre o no el mercado cambiario en México?

lunes, 13 de octubre de 2008

Hasta que se ponga el sol

Para Raúl Aramayo

Cuando en México se habla de los pioneros del Rock Nacional no faltará quien se preste a confusiones, casi siempre sin mala fe. En el recuento algunos demostrarán una ingenuidad digna de clasificarla como de la pena ajena. Aquellos despistados se emocionaran con nombres como Enrique Guzmán, César Costa, Angélica María y Alberto Vázquez, entre otros más o menos parecidos. Época entonces de las versiones traducidas del inglés al español, los conocidos como covers. En cambio, otros marginalmente nos refugiaremos en el rock hecho por Javier Batiz, Tinta Blanca, El Ritual, Peace and Love, Dugs Dugs, La Revolución de Emiliano Zapata, nombres estos tan sólo para ejemplificar lo opuesto a los covers. En todos esos exponentes hay, desde luego, enormes diferencias tanto en el tiempo como en su propuesta musical. El caso, por ahora, es mencionar que unos y otros se autoproclaman como los verdaderos iniciadores del Rock Nacional o lo que se entienda por lo mismo.

Muy distinto cuando se habla de Rock Nacional en Argentina. Nadie tiene dudas de qué se está hablando cuando la lista empieza a aportar nombres; Charly García, Luis Alberto Spinetta, Litto Nebbia, Tanguito, Nito Mestre, Pappo, Gustavo Santaolalla o bandas como; Los Gatos, Almendra, Pescado Rabioso, Manal, La Pesada, Color Humano, Vox Dei, Arcoiris, y sin limitar la lista, habrá de señalarse que le seguirá a través del tiempo un impresionante etcétera.

Argentina comparte con México el hecho de que la música expresada por los jóvenes de los primeros años de la década de los setenta era arrinconada por una burocracia política y administrativa con temores injustificados hacia las reuniones masivas. A pesar de eso, los intentos por repetir festivales del tipo Woodstock a nivel regional, o despectivamente tercermundista, tiene dos ejemplos tanto en México como en Argentina. Avándaro y Buenos Aires Rock (B.A. Rock) son, indiscutible, las estampas que permanecen en cada país como muestras para entender la continuación del impacto aportado por un modelo norteamericano de la música de rock. Sin embargo, nuestro documento fílmico de Avándaro es lamentable por donde se le vea o escuche, es simplemente una colección de retazos. No hubo en Avándaro, seguramente, el presupuesto necesario para lograr un producto con las mínimas garantías de calidad cinematográfica. En Argentina, por el contrario, sí fue posible conjuntar los factores indispensables para dejar el testimonio del movimiento musical sustentado en el rock ubicado entre finales de los años sesenta y principio de los setenta.

Hasta que se ponga el sol (Aníbal Uset, 1973); una combinación entre documental, cine de ficción y lo que hoy entendemos por videoclips es la constancia que dejaron los músicos y seguidores de una época en Argentina con una creatividad de grandes alturas. El tiempo en que, interpretando el sentir de su director, primero se hacía la música y luego la película. Días, también, en que resultaba sumamente difícil y caro estar bien informados de la buena música.

35 años después, Hasta que se ponga el sol es una referencia cinematográfica para los argentinos que no ponen objeción en reconocer la simbiosis casi natural entre música de rock y cine. Las evidentes limitaciones técnicas del film son pecata minuta ante un desfile de bandas y músicos del rock argentino que circunstancialmente tuvieron la fortuna de ser parte del resultado final. Al respecto, es imposible dejar de mencionar la famosa anécdota de un dúo llamado Sui Generis (con nada menos que Charly García como uno de sus integrantes), quienes no estaban contemplados para integrar la banda sonora por resultar unos curiosos desconocidos pero que lograron finalmente colarse ante la insistencia de su productor.

El film aporta diferentes datos para todos aquellos interesados en conocer un rock setentero de gran factura, con el sello argentino, previo a una época de años difíciles para ese país. No hay un referente semejante para México, y aunque acá el rock contemporáneo también tiene su aporte discográfico, el impulso aportado en Argentina por Hasta que se ponga el sol fue favorablemente determinante para dejar bien claro qué era y sería su Rock Nacional, sin confusiones.

Ficha Técnica:

Hasta que se ponga el sol (Argentina, 1973). Director Aníbal Uset. Producción: Fernando Ayala y Héctor Olivera. Guión: Aníbal Uset y Jorge Álvarez. Fotografía: Víctor Hugo Caula. Sonido: Norberto Castronuovo. Cámara: Marcelo Pais. Actores (como ellos mismos y en orden de aparición): Color Humano (Oscar Moro, Rinaldo Raffanelli, Edelmiro Molinari); Daniel Ripoll (presentador); León Giecco; Vox Dei (Ricardo Soulé, Rubén Basoalto, Willie Quiroga); Gabriela; La Pesada (Alejandro Medina, Billy Bond); Claudio Gabis; Orion’s Beethoven (Adrián Bar, José Luis González, Ramón Bar); Sui Generis (Charly García, Nito Mestre); Litto Nebbia; Domingo Cura; Pappo’s; Josefina Robirosa y Juan Oreste Gatti (bailarines); Pescado Rabioso (Luis Alberto Spinetta, Carlos Cutaia, David Lebón, Black Amaya); Arco Iris (Ara Tokatlián, Guillermo Bordarampé, Gustavo Santaolalla, Horacio Gianello). Tiempo Duración 69 minutos.

Aquí la película completa:

Aquí un fragmento (Pescado Rabioso):

miércoles, 8 de octubre de 2008

Barack Obama, va


El debate de ayer entre los senadores Barack Obama y John McCain no podía dejar de lado el tema económico, de hecho consumió gran parte del tiempo pactado. Ojalá algún día fuera posible en México tener un debate entre candidatos a algo con esa ventaja ofrecida por una televisión mucho más a tono con una agilidad en dirección de cámaras, sin acartonamientos, y más ocupada en darle fluidez visual a las propuestas discursivas de los personajes políticos y sus gestos o movimientos corporales. También el lenguaje corporal, y los candidatos lo saben, tiene importancia en la decisión de algunos votantes. En ese sentido, y dicho esto sin el menor afán de burla, Obama venció corporalmente a McCain. El formato aceptado por ambos candidatos le dio mayor ventaja a Obama. Problemas físicos del senador McCain visualmente le restaron puntos; más que una percepción de experiencia el candidato republicano deja la impresión de un hombre con problemas de salud naturales de su edad. Aunque para John McCain la dificultad en el movimiento de sus brazos sea consecuencia de la tortura en sus años de prisionero en la guerra de Vietnam, en comparación Obama lucía como un hombre con mucha mayor fortaleza física.

En cuanto a las propuestas para hacerse de simpatizantes y votos constantes y sonantes el 4 de noviembre, otra vez ganó Barack Obama. Desde mi punto de vista Obama en realidad no se empleó a fondo contra McCain en el asunto de la crisis económica. Deja entrever el equipo asesor de Obama que el enorme problema financiero es su mejor aliado y está favoreciendo la campaña demócrata. McCain perderá porque el presidente George Bush es el republicano responsable del incendio; en este momento la mayoría de la población no estará dispuesta a votar por otro republicano. Y con el interés en el tema de la economía, el debate consumió gran parte del tiempo pactado. Por supuesto las primeras preguntas del público presente en el auditorio de la Universidad Belmont se encaminaron a la inquietud sobre la propuesta de cada candidato para resolver el grave asunto de la economía. En este último punto, Barack Obama suena más popular para los oídos del elector cuando habla de un recorte de impuestos que beneficiarían al 95 por ciento de lo norteamericanos.

Aunque el sistema electoral de Estados Unidos es un verdadero rompecabezas y donde incluso la mayoría del voto popular puede no determinar al ganador de la presidencia, en esta ocasión Barack Obama también parece llevar ventaja definitiva en los votos necesarios y suficientes de lo que ellos llaman Colegio Electoral, órgano que a final de cuentas decide al ganador. Hasta el momento la expectativa de ver al primer presidente de piel negra en Estados Unidos sigue creciendo y aunque es interesante todavía observar qué tanto el problema racial influirá en el resultado, la mayoría aparentemente no toma en cuanta para nada este factor. Cuando menos para una parte importante del mundo, Barack Obama ya es una esperanza para terminar con la guerra en Irak, y eso ya es mucha ganancia.

martes, 7 de octubre de 2008

Capitalismo: ¿no hay de otra?


Mira qué interesante, encontrar la serenidad, la calma, la inteligencia, en hombres que saben aprovecharse de la tragedia de otros. Tragedia que no importa el grado de descomposición al que haya llegado con una frase tan anticuada, obsoleta, como setentera; la crisis del capitalismo. ¿Cuál crisis? Al contrario, deberemos sacar lo bueno de ésta; aprender de la lección que más pronto que canta un gallo nos dará Carlos Slim y Warren Buffett, entre otros, cuando demuestren los importantes beneficios que les redundará el ser pacientes y congruentes con el sistema; donde yo gano, muchos pierden. Por ello, son objeto de admiración pública.

Un senderito marcado sería desprenderse de sentimentalismos; porque la vida se vive una vez. Ahora o nunca. Cuál fin del capitalismo ni que la fregada. Son (somos) idealistas perversos todos aquellos ilusos que no entendemos los complejos y sesudos análisis fundamentales de la macroeconomía; si es necesario pagaremos con la vida hasta que entendamos: la esclavitud es distinta ahora, pero no ha desaparecido.

¿Qué tiene que hacer el ciudadano común ante este nuevo panorama?, pregunta el poco común y destacado hombre de noticias. “Esta situación debe verse como una oportunidad para los emprendedores”, contesta sabiamente el analista. ¡Ahh!, ya entendí. Hay que pasar encima del que se me ponga en el camino.

Frío, sereno, calculador, tenaz, astuto. Aplicar hasta el cansancio la regla de oro; comprar barato. Mirar, aprender y repetir; ¿es eso tan difícil? Si lo es, entonces es tiempo de empezar otra vez el ciclo. Es tiempo de reforzar el mismo aleccionamiento: La oportunidad es para todos; no hemos sido capaces como seres humanos para encontrar algo mejor que el capitalismo, ni modo, es lo que tenemos; hay que prepararnos, vendrán tiempos duros; no debemos dejar de reconocer que por cada crisis vamos estando mejor preparados; los ciclos son inevitables, afrontémoslo… Mientras que llega la bonanza, prepárate para ser el mejor. No importa lo que hagas, habrá recompensa para el bien portado.

Y el discurso en realidad es convincente, no suena mal. Todavía más; en la aspiración de una gran mayoría así se vive, así se trabaja; con honestidad y perseverancia. Aunque de cuando en cuando se les tenga que volver a levantar el ánimo porque; la devaluación de tu moneda es cosa pasajera, el desempleo es temporal, los impuestos tendrán que subir, los precios no resistirán la inflación, el país no crece, la inseguridad cada vez es mayor, la impunidad es un problema cultural, la educación es pobre, tenemos déficit en el sector salud, etc, etc, etc. ¿Y la vida de todos? ¿Seguiremos otorgándola en sacrificio mientras? ¿Mientras qué?

No es bueno caer en la desesperación, son tiempos de madurez y serenidad, prosigue el embustero. El país, ahora más que nunca, necesita la unidad de todos para salir adelante. ¿Dónde y cuándo ya lo escuchamos? Porque los bien portados somos millones. Ahí está el buen estudiante y recién egresado, desempleado o mal remunerado. O el pequeño empresario, asfixiado por pagar impuestos y una nómina cada vez más reducida. O el migrante impulsado y expulsado por una necesidad imposible de satisfacer en su lugar de origen.

Pero es que el capitalismo promueve la competencia y la innovación, argumenta el liberal. Si, y guerras y deforestación, contaminación, descomposición social, desigualdad, pobreza, desnutrición, hambrunas…O en términos apropiados al gusto del chamuscado liberalismo; el retorno de la rentabilidad que debemos pagar por la competencia y la innovación causa desajustes o desequilibrios que sólo el crecimiento sostenible en el tiempo podrá revertirlos y aumentar así en consecuencia el ingreso per capita. Méndigo choro, verdad o mentira; pero qué categórico se oye.

Así que llegó la hora de prender veladoras y quemar incienso para los nuevos hombres sabios (los magos del dinero). Los dueños de la fortuna terrenal. No importa que se apelliden Slim o Buffet, la cuestión es la concentración ofensiva y humillante provocada por la rapiña, eufemísticamente nombrada “oportunidad”. Y el engaño; aquel que dice que no debe haber límites y restricciones para la naturaleza humana. ¿Por qué debemos seguir creyendo ciegamente que así debe ser?

jueves, 2 de octubre de 2008

2 de octubre 1968



"Se equivocan quienes se despiden ya del 68. Más allá de ser un aniversario más a conmemorar en el calendario cívico emergente, los 40 años del 68 son campo de batalla en contra del autoritarismo y momento de celebrar su victoria cultural. Son una ventana para asomarse a ver la historia que está naciendo. Lejos de ser una mera ceremonia luctuosa o el recordatorio de una derrota, esta conmemoración es parte de un ensayo general para construir otro país. Es el futuro refrescando la memoria"; Luís Hernández Navarro (La Jornada 2/octubre/2008).

La violencia estructural, aquella de la corrupción, impunidad, descomposición de instituciones, pobreza, desigualdad, sigue estando vigente en México. Y la violencia directa: represión, encarcelamiento, terrorismo, crimen, brota insistentemente en todo el país como una enfermedad crónica difícil de erradicar. Es persistente tener en el recuento de la historia mexicana la ineptitud de sus actores políticos para encontrar soluciones pacíficas a las diferencias con sus adversarios. En varias ocasiones termina el antagonista confundido convenientemente como el enemigo.

Está bien proclamar, casi como moda, que la violencia en la Plaza de las Tres Culturas en 1968 no debe marcar los destinos de México como Nación. Que la vuelta de página debe cicatrizar la herida. Que ya lo pasado pasado. Todo eso suena bien si la justicia se hubiera concretado desde hace mucho tiempo contra todos los responsables, y la monstruosa impunidad profesada el 2 de Octubre fuera cosa justamente del pasado. Pero no ha sido así.

El fotógrafo retirado, Jesús Fonseca Flores (El Universal), quien estuvo presente en Tlatelolco el 2 de octubre declaró en una entrevista: “se soltó una balacera pero bruta, bruta”. Esa brutalidad descrita por uno de los testigos presenciales se convirtió en un ruido tan fuerte que por momentos se hizo perceptible en un radio de tres kilómetros alrededor de la Plaza. Tanto terror fue consecuencia de una descoordinación entre todas las corporaciones que intervinieron, y todas, con una capacidad de fuego indiscriminada. El uso de la fuerza, además de exagerada e injustificada, fue totalmente ilegal. No sólo hubo ilegalidad en las instituciones claramente identificadas con su uniforme, sino lo peor y de graves consecuencias, también la hubo en todos aquellos que utilizaron la confusión, el engaño y formas manifiestamente delictuosas al vestirse de civiles y provocar con ello actos francamente terroristas. El mismo ejército uniformado fue víctima de ese proceder.

Pero también está la perversidad orquestada desde la típica simulación de políticos traidores y doble juego. El 30 de septiembre el gobierno federal envió una señal para el diálogo cuando desocupó la Universidad y el mismo 2 de octubre por la mañana tres líderes del Consejo Nacional de Huelga; Luís González de Alba, Gilberto Guevara Niebla y Anselmo Muñoz, se reúnen con Andrés Caso Lombardo y Jorge de la Vega Domínguez, los dos representantes del gobierno federal, quienes todos juntos en casa del ingeniero Javier Barros Sierra, rector de la UNAM, tienen un acercamiento para encontrar solución al pliego petitorio de los seis puntos. Este hecho sin duda fue tardío pero encima, principalmente, funcionó como una distracción para algunos líderes del CNH y hacerles sentir confianza, incluso quedaron de reunirse en Chapultepec en la Casa del Lago para el día siguiente 3 de octubre. Es decir, tres importantes líderes acudieron a Tlatelolco por la tarde pensando ellos mismos y haciendo sentir al resto de sus compañeros en la posibilidad de llegar a entendimientos con el gobierno.



En entrevista publicada por El Financiero, el autor del libro 1968: todos los culpables, Jacinto Rodríguez Murguía, pone en el debate una hipótesis fabricada con base en las eternas e interminables traiciones de los altos círculos de poder: “Si Echeverría mandó filmar la masacre del 2 de octubre fue porque sabía que el guión y el escenario estaban listos y sólo le faltaban los actores: estudiantes, Batallón Olimpia, ejército regular y francotiradores…En esa lógica, Luís Echeverría engañó a Díaz Ordaz; Díaz Ordaz engañó a su secretario de la Defensa Nacional, Marcelino García Barragán, y se alió con su jefe del Estado Mayor Presidencial, Luís Gutiérrez Oropeza; Gutiérrez Oropeza y Mario Ballesteros Prieto, de la Sedena, engañaron a Marcelino García Barragán y éste, a su vez, terminó odiando a Echeverría, a quien acusa de haberlo traicionado. Toda una historia llena de traiciones en los momentos más críticos del país.”**

Es tiempo para que también los militares acepten sus errores con honestidad y honorabilidad. Lo primero sería aceptar la manipulación de la que fueron objeto por parte de autoridades civiles durante todo el conflicto y su presencia, abusiva en extremo, contra manifestantes absolutamente pacíficos en Tlatelolco el 2 de octubre. Que, a pesar de las cuatro décadas ocultándolo oficialmente, los militares reconozcan sus bajas (heridos y muertos) de forma real y no la cifra mentirosa que han querido imponer a la historia. Es muy posible que, producto de las traiciones al interior del poder y la necesidad de esconder éstas para no demeritarse y humillarse ante la historia y la opinión pública, el número de víctimas mortales no reconocidas deberá incluir más militares de los aceptados. Parte de la tropa que recibió órdenes para presentarse en la Plaza de la Tres Culturas quedó peligrosamente expuesta cuando la balacera dio inicio y rápidamente se generalizó ésta sin ningún tipo de control. Aunque hay quien no admite este punto, cada vez más es evidente que hubo una traición contra el ejército aquella tarde noche de octubre. Con los escasos documentos fílmicos que por el momento es posible analizar, es notorio observar que una gran cantidad de soldados (varios centenares) quedaron a descubierto, tanto en la plancha de la plaza como en las ruinas prehispánicas, cuando desde diferentes edificios grupos de francotiradores dispararon a discreción. Hasta el momento no ha sido posible determinar con certeza el número de bajas civiles y militares, pero es poco creíble la cifra reconocida de sólo dos soldados muertos. Como parte de la reconciliación con el país es necesario hacer a un lado la tradición en donde el aporte documental y por escrito, en México, es casi visto como un dogma, esto es; sólo lo anotado en un papel puede considerase prueba contundente. Otro mito importante de borrar en el accionar del ejército y en descarga de la institución es aquella versión empeñada en asegurar que no había escapatoria de la plaza. Sí existía salida para los manifestantes; todo el corredor trasero del edificio Chihuahua, rumbo a Paseo de la Reforma, no tenía la presencia de policía o soldados. Hay diferentes testimonios publicados al paso del tiempo en ese sentido, lo cual es congruente con el objetivo militar dispuesto para empujar a los manifestantes hacia esa salida. Los soldados desplegados en la vanguardia del operativo desconocían la intensidad de fuego que desatarían los francotiradores. Por parte del ejército regular la orden era disolver un mitin, sí; masacrarlo no.



Y algo todavía más; Gustavo Díaz Ordaz, desde luego es el principal responsable y culpable de los hechos del 2 de Octubre (él mismo lo reconoció en su quinto informe de gobierno, aunque hábilmente pretendió evadir la culpabilidad), pero a diez días del inicio de los Juegos Olímpicos, con la mirada del mundo puesta en México, no tiene lógica la idea tétrica de escudriñar en la mente de aquel hombre ordenando una masacre. Por supuesto que fue partícipe de todas las decisiones tomadas ese día y por ley le correspondía también el mando intelectual, pero otros actores poco nombrados en la historia fueron tan o más culpables que el presidente. Todo el aparato represor estuvo presente y actuante; policía capitalina con diferentes corporaciones, Servicio Secreto, Dirección Federal de Seguridad (Secretaría de Gobernación), Estado Mayor Presidencial, militares encubiertos (Batallón Olimpia), tropa uniformada, agentes de la Procuraduría General de la República, agentes de la Procuraduría del Distrito Federal y los grupos paramilitares financiados de forma clandestina por el gobierno del Distrito Federal, siendo estos últimos quienes fueron los principales francotiradores que dispararon contra la gente y soldados, y que obedecían directamente a un militar; el regente de la ciudad general Alfonso Corona del Rosal. En conclusión; toda esa burocracia ejecutiva superó a los diferentes mandos y responsables directos en el teatro de operación. El número de elementos participantes enviados por todas esas instituciones (legales o ilegales), reconocido oficialmente, superó la cifra de cinco mil. El mitin apenas y logró juntar cuando mucho a seis mil personas. Tanto poder represivo y por ende de fuego, tuvo como consecuencia un incuestionable crimen de Estado. Además, estuvo el ingrediente nefasto de la interminable desconfianza, suspicacia, odio, rencillas, ajustes de cuenta, casi todo ello consustancial y sistemático entre las corporaciones policíacas y militares en el país En el México lleno de historias de traición a través del tiempo; Tlatelolco es el peor ejemplo.

Otro actor histórico que apenas se ha insinuado pase al banquillo de los acusados es el todo llamado medios de comunicación; quienes, con sus debidas excepciones, faltaron a su función principal: decir la verdad. Pero no el reportero, no el fotógrafo adscrito a cubrir la nota. Ellos hicieron lo posible por documentar de manera escrita y visual el grado de violencia desplegada aquella noche. La frase Prensa Vendida es propiedad de los editores y dueños de varios medios, quienes se hicieron cómplices con su manipulación y ocultamiento de lo verdaderamente acontecido. Apellidos que hoy todavía se pavonean (Azcarraga, O’ Farril, por ejemplo), con su actitud manifiestamente pro-gobierno también fueron corresponsables del nivel de violencia ejercido…En un país como México, con pobrísimos niveles de escolaridad y donde los escasos contactos con la lectura y la información se reducen a un trato superficial con los medios escritos y electrónicos, el manejo de los acontecimientos fue tendenciosamente favorable al clima de represión sin oponer una resistencia informativa que le hiciera contrapeso al poder del Estado. En aras de una supuesta objetividad, el manejo de la información tenía una intención ideológica muy cercana al interés económico y de atadura a las estructuras de control político de todos los gobiernos priistas. La formación de opinión pública resulta una falacia cuando nos referimos al estado de cosas dentro de la mayoría de los actores conocidos como prensa mexicana durante aquellos años sesenta. En relación al caso concreto de la violencia del 2 de Octubre son otro tanto cómplices, por haber legitimado con su desinformación, manipulación y ocultamiento de lo sucedido desde los previos a ese día y en mayor grado por lo lamentable de aquella trágica noche. El silencio y la mentira fue su nota. La justificación para la prensa de ese tiempo no tiene lugar dentro de un juicio social que ya le ha repudiado todas aquellas omisiones y encubrimientos. Queda dentro de sus pendientes con la sociedad mexicana un reconocimiento de su deuda moral por su manejo parcial y manipulado de lo sucedido en todo ese año, principalmente en la capital del país. Los estudiantes quedaron marcados en sus páginas y en sus notas, pretensiosamente informativas, como “revoltosos”, “pendencieros”, “agitadores del orden”, "comunistas", y en el caso extremo como “francotiradores”; es decir, la criminalización de los jóvenes vía medios de comunicación. Pretexto ideal para reprimirlos como se les reprimió. En conclusión, no eran estudiantes con una lucha democrática, eran “enemigos” del pueblo de México. De ahí la justificación para legitimar el uso de la violencia contra ellos; al “enemigo”, se dice; se le destruye, se le aniquila.

Y sí, aunque todavía hay quien es capaz de decir lo contrario: Los estudiantes y población reunida en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968 fueron víctimas inocentes. Los estudiantes y su reiteración por utilizar la Plaza de las Tres Culturas son los menos culpables. No podían adelantar la magnitud de la represión, sabían y tenían reconocido que ésta venía escalonándose pero nunca al grado que alcanzaría. Y el utilizar en varias ocasiones a Tlatelolco fue consecuencia de 1) haber pasado de la ofensiva por allá del mes de agosto, al acorralamiento provocado por la fuerte presión del gobierno cuando éste le impidió a los estudiantes reunirse físicamente en los lugares propiamente identificados para mítines y asambleas, convirtiendo a ese punto de la ciudad (Tlatelolco) en el último lugar para seguir manteniendo la lucha y 2) un apoyo real para el movimiento mostrado por una gran cantidad de habitantes del lugar. Eso es todo por lo que se les puede criticar. Lo demás son expresiones sin fundamento. Aquella minoría que efectivamente existió al interior del movimiento y con una fuerte disposición para enfrentar por métodos violentos al gobierno establecido no representaba un peligro real. En archivos desclasificados y hechos públicos, la propia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA) así se lo reportaba a su gobierno, pensar lo contrario es simplemente una verdadera tontería. Como también ponderar el número de muertos se hace una obligación. Aunque el conocimiento certero de ese número fue ocultado, las consecuencias de ello nos llevan, paradójicamente, a determinar que las cifras son indeterminables; una incógnita, y el querer aumentarlas o disminuirlas sin fundamentos también contribuye a la mentira. Tan grave es negar desde un muerto como hablar de cientos de ellos. En todo caso, la población reunida pacíficamente el 2 de octubre en Tlatelolco no merecía ni un muerto.



Hoy, no olvidar, ni cambia lo sucedido ni revive muertos; no olvidar es para tener siempre presente que alcanzar la democracia plena no es un camino cortito y que los cantos de sirena de la mano dura para alcanzar estabilidad y gobernabilidad sólo servirán para levantar ámpula a una herida sin cicatrizar…Los gobiernos civiles en México, después de la Revolución de 1910, han utilizado a los militares en diferentes tiempos y ocasiones para reprimir a la población o combatir crímenes. Hoy no es diferente; cuidado. Hoy; 2 de octubre de 2008, el presidente, necesitado con urgencia de los militares para combatir el narcotráfico, guarda un insultante silencio para el movimiento estudiantil de hace cuatro décadas. ¿Por qué?